Caen las luces en el Gran Teatro de Córdoba y aguardan en silencio las voces de un público pletórico por ver el elenco actoral y la obra de arte contemporánea dirigida y compuesta por el elocuente dramaturgo Juan Carlos Rubio. Un estallido sorprende a nuestro ojos, fijos en la única luz que se hace protagonista en las estructuras de la parte superior del escenario. Aparecen iluminadas, súbita y sonoramente, las notas del piano del poeta Rafael de León acompañando en su cante a la gran Concha Piquer, encarnada por una brillante e igualmente carismática Diana Navarro, cuya interpretación nos ha llevado por el escenario durante toda la obra, convenciéndonos de su discurso, su querer y su vivir. 

Federico García Lorca escribió que "el aire es inmortal" y Juan Carlos Rubio lo ha representado sobre el escenario, con una iluminación firme y una escenografía concreta que nos han situado en una habitación donde el tiempo se ha detenido para zarandearnos entre risas e ironías desde 1936 a 2022 en cada fraseo.

La gracia con la que el actor gaditano Avelino Piedad (en el papel de Rafael de León) se ha adueñado de la atención de un espectador ansioso por disfrutar y reírse ha determinado una cálida dinámica de jaleos espontáneos y aplausos tras cada intervención de los actores: bien un diálogo, bien una canción, pues el equilibrio y la rápida transición entre ambos era igualmente esperada desde el patio de butacas. La complicidad lograda entre Concha Piquer, Federico García Lorca y Rafael de León, junto con la deliciosa ritmicidad entre réplicas, nos han volcado en el hecho teatral que insta a la reflexión histórica desde la comicidad.

La exquisita Concha Piquer de la cantante y actriz Diana Navarro ha reverberado sinceridad en cada instante presente y pasado, entre oscuridades y gracias a una luz cenital que la enmarcaba entre floreadas cortinas cuando cantaba al recuerdo, subida a un baúl colmado de ilusiones.

Sus coplas y coloridos cantes han movido en sus giros a un espectador absorto que aguardaba hasta el final del tema para celebrar el arte realizado en cada intervención. No menos aplaudida ha sido la genialidad técnica y artística del sublime Alejandro Vera en la figura del poeta Federico García Lorca. Sea tocando el piano, sea moviéndolo sobre sus ejes por el escenario acompañado tenaz y cómicamente por Rafael de León, el duende de Vera no ha hecho más que sobresalir en cada aparición. 

En tierra extraña ha mostrado la imagen de una patria que se desgarraba a compás de coplas y poemas. Dos Españas decían, cuando en realidad se referían a una sola, que se hundía hasta ulcerarse en un fondo creado por los mismos que precipitaron su caída: un fondo de escombros, prejuicios y muerte del que la insensibilidad a la que este arte del teatro llama a la comprensión y a la humanización no nos ha dejado avanzar en el presente.

"Por las elecciones tomadas perderemos la libertad de existir", exaltan la voz de Lorca y la tinta de Juan Carlos Rubio. Somos ese español que siente, que lucha frente a las desigualdades sociales, y no el que lo es en lo abstracto. El poeta clama ser enterrado en su tierra en lugar de vivir cada día en una tierra ajena, una tierra extraña, lejos de su patria, España. 

La secuencia final pinta un redondel que técnicamente comunica con el principio de la obra. Con la canción interpretada por la artista valenciana en homenaje al poeta que compuso la letra, Federico García Lorca, el telón pintado que se ha desplegado inicia ahora su flotación, deteniéndose a medio camino esperando al estallido que nos devuelva a la actualidad, y con ella, los aplausos y jaleos se extienden sin dejar un solo hueco vacío por la sala del teatro. Y el sol entró por el balcón cerrado / y el coral de la vida abrió su rama / sobre mi corazón amortajado