El perdón

Intérpretes: Juana Acosta y Chevi Muraday

Textos: Juan Carlos Rubio

Dirección: Chevi Muraday y Juan Carlos Rubio

Escenario: Teatro Góngora

La cálida continuidad entre la escena final y los clamores de un público de mirada atónita y despierta, es signo del deleite estético que ha supuesto la propuesta teatral que esta noche se ha estrenado en el Teatro Góngora. El Perdón, dirigida por el gran coreógrafo Chevi Muraday y el brillante dramaturgo Juan Carlos Rubio, se ha iniciado con un teléfono iluminado diagonalmente por un único foco cenital. Los sollozos y lamentos que empiezan a sonar y a golpearnos la conciencia reflejan una lectura del tiempo que apela a un instante en el vacío que ya ha sido vivida y ahora clama ser revivida por una carismática, rotunda y mouvant Juana Acosta

No hay nada más profundo que la piel, decía el poeta Paul Valéry. El morir de un padre es el acontecimiento al que el tiempo mismo se acerca y aleja, reteniendo en su límite más pequeño el inicio de un dolor que ocupa toda nuestra superficie, nuestra piel, y nos sumerge en un foso oscuro, tan profundo y lamentablemente común, donde la pena, la incredulidad y el rencor nos anclan y hacen crepitar. Esta experiencia la ha representado una pasional y excelsa Juana Acosta que ha relucido en movimiento, componiendo junto con Chevi Muraday unas figuras de abrumadora belleza estética que han figurado el dolor desde la comunicación entre texto y danza; desde la continuidad representada por un cuerpo anclado en la rabia, impotente a la vez que sediento de flotar y liberarse del acontecimiento desde su propia voz. 

El espacio sonoro y la música de Mariano Marín han construido un medio en el que los silencios apuñalan al cuerpo, dejando que todo lenguaje desaparezca, anclándolo a los sollozos sufridos y emanados desde las profundidades, en los lugares donde la piel se ha resquebrajado, permitiendo que todas las palabras caigan, junto con el cuerpo, en este escenario hecho agujero. Y es que la poética de Chevi Muraday alcanza tal grado de materialización objetiva que es imposible imaginarla fuera de esa perspectiva que juega con la irrealidad, gracias a la acompasada y concisa iluminación de Nicolás Fischtel, que inicia su danza por la superficie, apoyándose sobre los cuerpos, y participando en su flotabilidad. En este espacio escénico los lenguajes corporal y verbal no se oponen, no luchan, sino que bailan, siendo ello el eco de la elocuente conexión entre dirección y dramaturgia. Palabras y cuerpos se afirman y se retuercen al expresar una pregunta que a todos involucra: ¿dónde habita el perdón, si el dolor siempre sobrevuela, saltarín, su propia huella, insistiendo en las proposiciones y en las personas? El dolor subsiste en la piel. Por ello, el instante vivido y movido es superficial, representado por la danza contemporánea como esa línea recta ilimitada, deleuziana, en la que debemos comprendernos, representándonos como propio acontecimiento para ser libres del dolor. 

Juana Acosta ha encarnando con firmeza, sensibilidad y confianza ese sufrimiento que deja el morir, danzando acompañada entre sombras, buscando la superficie iluminada, la vida que continúa en su renacimiento desde y hacia el perdón. Así, suspendida en el aire, la actriz ha sobrevolado fuera de sí, pero alcanzando a cada espectador. La mirada teatral aquí propuesta nos incita a salir de nuestra percepción pasiva y acostumbrada; nos exhorta a cuestionarnos nuestra perspectiva hacia el mundo (y es que el mundo no existe sino por el modo en el que se capta) desde el arte, la danza y el teatro, porque como en ningún otro medio de expresión, la vida estalla en él ineludiblemente.