El dolor crónico forma parte de su vida y de quién es de forma ineludible, algo que aborda en su creación poética, igual que su lucha por la igualdad y por hacer visible esta patología, que afecta mucho más a las mujeres que a los hombres. Y aunque la poesía no sea para Ana Castro ni un alivio ni un refugio, sí ha querido a través de ella compartir su dolencia con todos aquellos que la sufren, reivindicar una política estratégica para abordar el dolor crónico y entrar en comunión con otras muchas poetas que también reflejan este sufrimiento a través de sus versos. El cuadro del dolor fue su primer poemario, al que siguió la antología Rojo dolor y después Vidas con dolor, en el que reúne testimonios de cinco mujeres con esta dolencia. Su último libro de poemas, La cierva implacable, en el que abandona esta temática, es finalista al premio Adonáis y el próximo viernes se sabrá si la lista de galardonados con este reconocimiento se engrosa con otra autora cordobesa.

El dolor es una constante en su obra. ¿La poesía alivia o es un refugio?

La poesía no alivia, pero ayuda. Y más que un refugio, en el caso de Rojo dolor es un lugar donde encontrarse con el resto de mujeres poetas que también han escrito sobre esto y que tanto tienen que enseñarnos.

Después de un libro casi autobiográfico como ‘El cuadro del dolor’, ¿por qué se centra en otras poetas? ¿Qué pretendía con esta antología?

A lo largo de todo mi proceso de aceptación y lucha con mi dolor propio, he necesitado leer mucho para comprender, para saber nombrar el dolor. Y he ido descubriendo a buena parte de las poetas que aparecen en Rojo dolor. De alguna forma, sentía que todo lo que estas maestras me habían enseñado tenía que devolverlo al mundo, que toda esa genealogía que yo había logrado reconstruir debía ser compartida para ayudar a otras mujeres y contribuir una vez más a que el dolor no se silencie.

¿Hace diferencias entre el dolor físico y el espiritual?

En el libro se recogen todo tipo de dolores, desde el físico al mental, emocional o el derivado del duelo y la pérdida. Todos son iguales de catastróficos, nos rompen en dos y tenemos que reconstruirnos a partir de los añicos, dejando de ser las personas que éramos. Hay que aprender a ser una persona nueva. Y es muy difícil. Pasar el duelo de la pérdida de una misma es el proceso más duro.

Entre las autoras de las que habla está Juana Castro. ¿Le inspira también a usted su tierra, Los Pedroches?

Sin duda, es el punto de partida de buena parte de mi obra porque, como Juana, para mí las raíces y la herencia recibidas son muy importantes. Por supuesto, en eso Juana juega un papel destacado porque es mi maestra por excelencia.

¿Qué otras mujeres aparecen en ‘Rojo dolor’?

Dionisia García y algunas poetas de la Generación del 27 como Elisabeth Mulder, que inspira el título del libro. Son más de 40 poetas reunidas en esta antología y para hacerla he leído la obra de todas ellas.

¿Qué ha aprendido de ellas respecto al dolor?

En primer lugar, me he reafirmado en mi condición de no esconderlo, de tratar de convertirlo en luz para transformarlo en comunión con las otras.

¿Por qué se ha silenciado tanto el dolor? ¿No hay palabras para describirlo?

Por un lado, el lenguaje es insuficiente para nombrar el dolor y hace que tengamos que recurrir a las metáforas. Y yo lo que quiero demostrar es que el dolor no es una metáfora, le resta credibilidad y le aporta un componente positivo que deslegitima muchos dolores a ojos de los demás. Por otro lado, el dolor es un tema incómodo y el sistema es el primero que vuelve la vista a otro lado, que no presta la atención debida a los pacientes con dolor crónico y enfermedades raras. Y, por supuesto, la sociedad, que nos deja de lado porque parece que el dolor es algo contagioso. Por eso, entrar en comunión con los otros en este tema puede ser sanador.

Se declara activista del dolor de las mujeres. ¿También en este aspecto hay desigualdad?

Muchísima. En España, según datos del INE, hay seis millones de personas que sufren dolor crónico, con un porcentaje mucho mayor de mujeres. Y en términos de salud mental la proporción es pasmosa. He investigado y escrito mucho sobre este tema, y mi último libro, Vidas con dolor, es una muestra más, la culminación de mi activismo por el dolor de las mujeres, a las que no se nos cree en las consultas médicas, donde todo se salda con una depresión, mientras los hombres cuentan con pruebas de detección precoz de la enfermedad de las que a nosotras se nos priva.

Aseguran que también hay belleza hasta detrás del sufrimiento. ¿Opina igual?

El sufrimiento y el dolor son una mierda y no hay redención posible. Simplemente, es algo horrible. El dolor no es bello, es atroz y no esconde una redención ni es un castigo divino o una penitencia que cumplir. Es algo por lo que hay que pasar. El dolor nos anula como personas y nos silencia. Sí que podemos buscar las herramientas para encontrarnos con las otras y transformar ese dolor en vínculos de luz que hagan que sea más llevadero, que es lo que recalco en Rojo dolor.

Cada uno tiene su propio umbral del dolor, algo que nadie más puede sentir. ¿Dónde está el suyo?

Mi umbral del dolor es bastante alto. He pasado lo suficiente como para hacerme bastante resistente.

¿Le importa que la cataloguen como la poeta del dolor?

No, en absoluto, mientras eso sirva para que se visibilice y que estas mujeres no se sientan solas y vean que no son las únicas. Soy una paciente con dolor crónico y distintas enfermedades raras, y que me califiquen de una forma u otra me da igual porque en la vida hay cosas mucho más importantes.

¿Cómo se enfrenta a su enfermedad? ¿Qué aconseja a los que la sufren como usted?

Es muy difícil dar consejos, cada dolor es distinto y va acompañado de un sufrimiento asociado diferente. Siempre defiendo que el dolor no se esconda, y hay que denunciarlo. Solo reconociéndolo en voz alta podemos avanzar en ese horrible camino desde el cual yo tiendo la mano a otras personas para que sepan que no son las únicas.

¿Abandonará esta temática en sus próximas obras?

El dolor forma parte de mí, de quien soy, de mi biografía, de una manera ineludible, pero mi segundo poemario, con el que soy finalista del premio Adonáis, La cierva implacable, no está centrado en este tema.