Lugar: Gran Teatro

Hora: 20:30 horas

Director: Carlos Domínguez-Nieto

Programa: Orawa, de Wojciech Kilar, Pequeña Suite para orquesta, de Witold Lutoslawski, y Sinfonía número 3 en re mayor, Op 29, de Pitor Illich Chaikovski

La vuelta de una sinfonía de Chaikovski, en este caso la Tercera «Polaca», a los atriles de la Orquesta de Córdoba, apunta a que Domínguez-Nieto tiene intención de completar durante su mandato, de atrás hacia adelante, el ciclo sinfónico del ruso. Tras exitosas recreaciones pasadas de Sexta, Quinta y Cuarta, quedarán desde hoy Primera y Segunda. El recuerdo de aquellos aciertos y el refuerzo de plantilla de la Orquesta, reservado para las grandes ocasiones, nos la prometía, de inicio, muy felices. Y, sin embargo, esta vez no se cuadró el círculo del todo. La obra es irregular, con algunas secciones en sus movimientos segundo y cuarto que pueden rozar la monotonía.

El director, acertado la mayor parte del tiempo, no pudo evitar, quizás por la razón expuesta, alguna caída de tensión momentánea, y la cuerda se fajó en el empaste y el ataque unísono no siempre acertadamente. Con todo, el primer movimiento fue llevado con el brío y la alegría deseada, el Allegro con fuoco del final triunfó por su solemnidad, con una fuga muy bien llevada, y el Andante elegiaco intermedio dejó algunas frases líricas fraseadas con amplitud y esmero que merecen ser reseñadas. La ovación final del público demostraba que, con Chaikovski, esos finales apoteósicos y libérrimos en los que todos caemos subyugados nos hacen olvidar las evidentes desigualdades internas de algunas de sus composiciones. Él puede. Per aspera ad astra.

Así transcurrió la segunda parte. La primera pasó como una exhalación con dos pequeñas joyas, Orawa de Wojciech Kilar y la Pequeña Suite de Witold Lutoslawski. En Orawa, una obra para sección completa de cuerda, sorprendió la reducción de medios a una formación cuasi camerística. Esto produjo necesariamente la pérdida de impacto sonoro de una composición tan acumulativa. Domínguez-Nieto marcó adecuadamente las progresiones y la interpretación fue notable, quedando ligeramente empañada por ciertos desajustes fruto de la dificultad inherente de la obra y la falta de calentamiento de los músicos.

El júbilo con que fue saludada al final merece ser tenido en cuenta en la infinita conversación acerca de la difícil relación entre público y música de nuestro tiempo, que, de alguna manera, es indicio de la dificultad del arte de saber programar. Un problema generalizado en el panorama cultural actual.

Y con todo, esos diez minutos de la Pequeña Suite de Lutoslawski, esas cuatro danzas inofensivas y cachondas, humor frente al estalinismo, por intención, afinidad, idioma y ejecución, fueron, sorprendentemente, lo mejor del concierto y, puede, el repertorio donde orquesta y titular dan lo mejor de sí mismos. Liebres escondidas de la programación que nos sorprenden y nos regocijan cuando saltan.