Aunque centrado, sobre todo, en la vida académica, ámbito en el que es todo un referente, Desiderio Vaquerizo no puede evitar recurrir a la novela como género en el que abordar las inquietudes espirituales resultantes de su labor investigadora. Acaba de publicar un poemario editado por la Diputación, justo cuando presenta Muerte entre corales, una novela coral entre Indonesia, España y África, de fuerte carga reflexiva acerca de los valores contemporáneos.

¿Esta es su novela más ficcional?

En parte, sí. Quizá sea la menos dependiente del contexto histórico, del que no consigo prescindir nunca debido a mi condición de historiador. La novela transcurre entre el siglo XIX, con la visión colonialista de la época en relación al tercer mundo, que hoy condenamos, y el año 2004. Los marcos temporales condicionan siempre a quien escribe, pero quizá esta novela sí sea la más ficcionada y, al mismo tiempo, de madurez.

¿A qué madurez se refiere?

Más que escritor, soy una persona que escribe. Llevo más de cuarenta años trabajando con el lenguaje científico, pero en el lenguaje de ficción llevo mucho menos. He ido incorporando a mis textos los mecanismos narrativos que he ido aprendiendo hasta que he logrado un estilo fiel a mi esencia. Eso sin contar con mis experiencias personales. La serenidad por haber vivido también suma a lo que quiero contar.

¿Cómo germinó el argumento?

Fue a través de una noticia que leí en la prensa, en la que se hablaba de cómo un grupo de jóvenes cooperantes de Médicos sin Fronteras había sufrido un accidente cerca de Nairobi al chocar el autobús en el que viajaban con un camión de cebollas. Fallecieron. Varios de ellos eran de Córdoba e incorporé sus nombres a protagonistas de la novela. Pensé que el suceso necesitaba una historia que reflexionase sobre los valores de nuestro tiempo, sobre nuestros héroes, entre los que para mí se encuentran los cooperantes. Otro día me llamó la directora de la biblioteca universitaria de Córdoba, María del Carmen Liñán, para avisarme de que dos personajes muy extraños le habían llevado un manuscrito muy antiguo de un antepasado que quería donarlo a las instituciones. Era un doble volumen escrito a plumilla en 1876. Tuve que leerlo al sol, con gafas de cerca, porque la letra era imposible. Encontré que era el relato real, sin nombre, de un marino mercante cordobés que circunnavegó África a finales del siglo XIX y en cuya travesía se cometieron numerosas tropelías. Decidí unir ambos relatos para convertirlos en una historia única. De esa unión surgió Muerte entre corales.

¿Qué aspectos concretos de la pérdida de valores le inquietan?

La novela lleva tres años terminada porque el proceso editorial se paralizó debido a la pandemia. Quiero decir que estaba escrita antes del estallido del covid, una pandemia que nos ha enfrentado a nuestra propia fragilidad como especie. El libro está escrito sobre una sensación de cierto final de una época, de descomposición moral y pérdida del valor de la vida humana. Trata el cambio climático, como una reflexión por la necesidad de cambiar el rumbo ante el peligro del colapso del planeta. Aborda también el contraste entre la generosidad de ciertos humanos frente al instinto depredador de otros. La pura violencia del hombre contra el hombre. Es una reflexión sobre los límites morales.

En la novela aborda África con una visión esperanzadora.

África es el eterno referente. Es el gran continente por descubrir y, al mismo tiempo, el continente más maltratado de la tierra. En la novela tiene una presencia importantísima y quería tratarlo con una óptica muy distinta. Quería condenar la visión colonialista todavía imperante en los discursos de muchos países y hacerlo a partir de un documento real, el manuscrito del marino que comentaba, en el que se narran atrocidades que hoy en día se siguen cometiendo en este continente, donde la vida humana no se valora tanto como en otros continentes.

¿Como historiador y arqueólogo, cree que los denominados primer y tercer mundo llegarán a igualarse algún día?

Me temo que no. Es cierto que están cambiando los equilibrios internacionales, Asia se está poniendo a la cabeza de la economía mundial y eso, probablemente, de lugar a cambios en un futuro inmediato. Pero el llamado primer mundo, en un ejercicio de hipocresía acentuado, no tiene el menor interés en que las cosas cambien.

Usted siempre ha defendido una arqueología de componente social. ¿Debemos mirar con empatía al pasado para avanzar al futuro?

Un lector dijo muy generosamente que yo era un arqueólogo del alma. Creo que un arqueólogo debe aspirar a interpretar el modo en el que ha evolucionado el ser humano. Evidentemente, el pasado forma parte de nosotros mismos y estamos volviendo a él continuamente para buscar un lugar en el que asentar nuestras raíces, nuestra seña de identidad. Necesitamos legitimar nuestros propios pasos por la tierra. Yo defiendo un tipo de arqueología que, con un componente de investigación imprescindible, trabaje teniendo siempre presente a la sociedad en cuyo entorno se desarrolla, porque la sociedad es la destinataria última de nuestro trabajo, es la que nutre la propia arqueología. Ambas son inseparables.

¿Qué respuestas ha encontrado en la literatura que no le haya dado la arqueología?

Una enorme libertad. El lenguaje científico es mucho más rígido porque permanece en unos parámetros y no permite licencias. La comunidad científica es mucho más implacable que los lectores. Los lectores de narrativa son extraordinariamente generosos, mucho más empáticos con el autor y están mucho más predispuestos a meterse en la historia que quieres contarles, a emocionarse, y ese es el objetivo fundamental que persigo. Soy un comunicador que está continuamente indagando en lenguajes diferentes. No hay nada tan grande como la comunicación que se produce cuando una persona que está a mil kilómetros de ti se emociona con algo que escribiste un día a solas. Eso es impagable.

Es más reconocido por sus trabajos en la comunidad científica y universitaria. ¿Le gustaría que se potenciase su imagen de escritor?

No, no tengo grandes aspiraciones al respecto. De hecho, siempre he tenido el complejo de intruso. Me da pudor y trato de separar la faceta académica de la creativa. Ya estoy muy agradecido a Córdoba y a su sociedad por todo lo que me ha dado y me sigue dando, así que no necesito ser más conocido. No vivo de la narrativa. Si acaso podría aspirar a ampliar el número de lectores, pero por el simple hecho de aumentar el ámbito comunicativo. Pero ser un escritor más reconocido no es algo que me inquiete ni que me quite el sueño.