Los cuatro amigos de El Carpio, famosos gracias a que la tía de uno de ellos llevó a Factor X la música que hacían para divertirse, han hecho un sold out en el Góngora Café, a donde llevan esta noche la frescura y el buenrollismo que mejor les define.

¿Cómo les ha ido en pandemia?

Aunque pueda sorprender, nos ha ayudado. De no haberse paralizado todo no habrían salido temas como A la calle, o Queremos bailar, que están inspirados por la pandemia, o Andalucía, que Ángel ya tenía en mente sacar de antes. Entre tú y yo se ha convertido en el tema más escuchado del disco. Al quedarse en casa, la gente ha escuchado más Spotify, así que han aumentado nuestros seguidores. Al estar tanto tiempo sin tocar, hemos generado bastante hype.

¿Qué tiene el Góngora para que quieran repetir concierto allí?

Se ha convertido en costumbre. Fue la primera sala que nos hizo sentir ese miedo de «¿venderemos las entradas o no?». Tenemos confianza con el equipo de allí, nos hacen sentir como en casa. Habíamos puesto la vista en aforos más grandes, como los 900 de Madrid o los 800 de Sevilla, pero en Córdoba decidimos quedarnos en Góngora y estamos contentos.

¿Se sienten de forma distinta cuando tocan fuera de casa?

La verdad es que no. La única diferencia es que en Córdoba vienen a vernos familiares y amigos, pero nuestro público nos aporta una energía y cariño tan grandes que nos hacen sentir bien donde sea.

¿Se han planteado dar el salto al extranjero?

Es algo que siempre hemos tenido en mente y que está ahí. Querríamos dar una gira de pequeños conciertos para darnos a conocer fuera de las fronteras, ver cómo nos enfrentamos a otras situaciones y comenzar a buscar otros caminos. Pero ahora mismo estamos muy centrados en intentar hacernos grandes aquí y, si lo conseguimos, comenzaremos a mirar fuera. Queremos esperar hasta asentarnos en España, hacernos más fuertes.

¿Creen que su sonido ha evolucionado?

Sí, hay temas en los que se nota mucho. Evidentemente, los últimos temas empiezan a sonar de puta madre en cuanto a calidad, pero es que, además, estamos empezando a mezclar sonidos sin miedo. Antes queríamos rumba, cajón, guitarra flamenca y fin. Ahora, en cambio, nos hemos abierto a otros instrumentos, otros ritmos, letras distintas. No tenemos miedo porque sabemos que si lo hacemos con las ganas del principio vamos a seguir sonando a Duende. Nunca haremos un tema que no nos mole.

¿Piensan seguir con la dinámica de sacar canciones sueltas?

Estamos cómodos con esa forma de trabajar, aunque quizá no sea la más adecuada. Ahora que llevamos varios singles después del primer disco, casi no queda más remedio que meterlos en un nuevo saco. La parte positiva es la libertad que tenemos para componer y la negativa es esa sensación de tener algo de lío en la cabeza, de muchos temas espurreados. Por ahora no vamos a cambiar, porque estamos a gusto. Disfrutamos sacando lo que nos va naciendo de dentro.

¿Cuál es la mayor enseñanza que les ha dado la música?

La constancia. Suena típico, pero no deja de ser una verdad como un templo. Cuando dimos el salto, en 2017, vimos el grupo decaer en varios momentos y no nos vinimos abajo porque siempre hemos trabajado mucho, con ilusión. Si alguno de nosotros la pierde, ya veremos qué haremos, pero, por ahora, es la única vía, el trabajo constante con ganas.

¿Tienen algún ritual pre y post concierto?

El único ritual post concierto es salir a tomarnos unas copas y hablar de lo bien que hemos sonado, o, incluso, de lo mal, porque somos bastante autocríticos. Antes del concierto nos gusta llegar con tiempo para tomarnos nuestros chetitos, nuestras cervecitas y cantar un poquito, estar juntos. Luego Paquito grita «¡duende!» y el resto decimos «¡callejero!».