Si The Crown pudiera ser la novela audiovisual sobre la familia real británica, esta última película del cineasta chileno Pablo Larraín pasaría por ser todo un poema fílmico sobre el mismo tema, centrado concretamente en un fin de semana crucial en la vida de Lady Di (como se la conocía) y sus fantasmas, pasados y presentes. Porque quienes acompañan las navidades a principios de los años noventa a la protagonista (encarnada magistralmente en Kristen Stewart) son los reminiscentes personajes de su infancia y los autómatas que conviven a su alrededor, vistiéndose para cada momento crucial del día: desayuno, almuerzo, hora del té, cena…

Con el muy característico estilo que desarrollara este cineasta para otras películas sobre personajes históricos, como Neruda o Jackie (ambas de 2016), intenta introducirnos en la mente y las emociones del personaje, gracias a una esmerada y bien pensada caligrafía de cada plano, mediante el uso del traveling y Steady-Cam para acompañar desde atrás o lateralmente a la actriz, potenciando los primeros planos con los que la cámara penetra en su rostro, ofreciéndonos un punto de vista inédito.

Desde la primera toma que abre el filme, todo está sumamente coreografiado, cada movimiento de los intérpretes se ha estudiado y ensayado al límite, así como cada punto de vista y movimiento de cámara. A ello, se suma la impecable fotografía en tonos grises, con grano, para exteriores, escenas iluminadas con velas en interiores nocturnos de Claire Mathon y, por supuesto, la sutil banda sonora compuesta por Jonny Greenwood (reconocido músico y compositor inglés de música clásica contemporánea y de vanguardia, integrante de la banda Radiohead). Ambientación y dirección artística también están resueltas con maestría, dándose especial protagonismo al diseño de vestuario de gran colorido frente al ambiente grisáceo circundante. Asimismo, la peluquería mimetiza como un elemento más a la actriz con su personaje. Sin duda, Spencer atrapa al espectador y lo introduce en ese mundo cerrado en que Diana se ahogaba y sufría desde el primer momento de la cinta, acentuándose el desequilibrio emocional con el uso de ópticas gran angular.