El humor no debería tener las cortapisas actuales. "La gente tiene la piel demasiado fina", lamenta el artista Álex O’Dogherty, que reivindica en su último espectáculo, Imbécil, el valor de la palabra y cómo ésta se puede convertir en auténtica arma. El actor y cómico gaditano estará este viernes presentándolo en la Biblioteca Regional de Murcia, donde ofrecerá dos pases con entrada gratuita hasta completa aforo: uno a las 18.00 y otro a las 21.00 horas.

¿Por qué decidió bautizar a su último espectáculo con un nombre tan impactante?

En realidad, lo primero que tuve en mente fue el título. Llevaba quince años queriendo nombrar un espectáculo así; no sabría explicar por qué, pero me parecía divertido. Luego, cuando en verano de 2019 me senté a escribir mi siguiente espectáculo, sabía que hablaría sobre las palabras, y cuando terminé de escribirlo todo cobró sentido y se tituló así. Puede que haya venido bien, porque habrá gente a la que le haya hecho gracia el título y se acerque, aunque a otros quizá les haya sucedido todo lo contrario. Pero a día de hoy, tras más de dos años y habiendo hecho más de cien funciones, llenando el 90% de ellas, me atrevo a decir que fue todo un acierto.

¿Se podría decir que se ha convertido en una de sus palabras fetiche?

Sabía que me iba a quedar con algo ahí dentro si no conseguía hacer un trabajo con este nombre, y me alegro mucho de haber dado el paso. Estoy muy orgulloso de un espectáculo que, además, cada vez me gusta más. Es el más difícil que he hecho en mi vida, el que más me ha costado escribir, estudiar y representar en directo, porque tiene mucha dificultad técnica: no solo combinar todo lo que digo con jeroglíficos de palabra muy rápidos, sino porque hay que añadirle la música que hago en directo y las imágenes proyectadas a mi espalda. A lo mejor, visto del tirón, no se reconoce esa dificultad, pero ahí también está la magia, que no aparezca todo el trabajo que hay detrás y que, simplemente, la gente lo disfrute.

Es mucho más que un monólogo al uso. ¿Se siente realmente cómodo en el escenario?

Al fin y al cabo es mi condición, con más de veinte años haciendo monólogos. Tengo una forma particular de actuar y a quien guste, que sepa que siempre se va a encontrar con este estilo.

¿Ha hecho una especie de catarsis con este trabajo, analizando el tema del humor?

Así es, porque he conseguido reflejar muchas cosas que tenía ganas de contar y que me preocupan, como esos límites del humor, lo que la gente se permite decir o no. Todos mis espectáculos han sido en cierto modo terapéuticos para mí, pero este mucho más, porque hablo de lo que me afectan las palabras.

¿Hasta qué punto?

En los años anteriores, con el boom de las redes sociales, se ha habilitado un espacio para hablar de manera anónima e insultar que me ha hecho pasarlo realmente mal. Así que este espectáculo ha sido como una terapia para mí mismo, para intentar que dejen de afectarme tanto las palabras. De momento, creo que voy por el buen camino y a la gente también le sirve también para reflexionar. Siempre en mis comedias intento que, además de reír, se piense, se llegue a casa y se comente. Me gusta tratar temas que me preocupan y que la gente que los escucha se plantee cosas, aunque esté o no de acuerdo con mis argumentos.

¿Cómo es posible que haya ahora más cortapisas al humor que hace cuarenta años en este país?

No lo sé... Pero personalmente me parece que todos nos hemos vuelto mucho más delicados: de repente, todo nos afecta más. No sé si en los ochenta la gente estaba criada de otra manera, pero ahora estamos viendo los resultados de esa crianza con tanta delicadeza, diciendo a nuestros hijos que eran intocables. Cuando alguien se mete con algo suyo, lloran y patalean, pero ahora también, si pueden, piden la cabeza de la persona que lo ha dicho. Precisamente ese tema llama la atención en mi espectáculo: el porqué de que las palabras afectan mucho más a la gente que los propios hechos, el porqué de que se persiga mucho más a los cómicos que a los políticos, por ejemplo. El asunto de los límites del humor se resume en una máxima que presento en el espectáculo: te puedes meter con lo que quieras, menos con lo mío. Debemos ser conscientes de que habrá cosas que no nos gusten, pero no podemos prohibirlas, sobre todo en el ámbito del humor. A mí hay cosas que me molestan, chistes y cómicos que detesto, pero no pido su cabeza, simplemente no los sigo. Así de sencillo.

¿Hemos mejorado algo en los últimos tiempos?

No ha cambiado nada, no noto ninguna mejoría, la piel no ha engrosado ni un milímetro. Este espectáculo no va a pasar de moda, porque, de alguna manera, en mayor o menor grado, siempre va a haber gente susceptible. Los últimos casos de humoristas como Dani Mateo, Rober Bodegas o David Suárez, a los que se les ha estigmatizado, me parecen injustos. Estamos viviendo un tiempo de vendettas, pero no se focalizan precisamente en gente que está haciendo daño de verdad...

Estrenó el espectáculo en enero de 2020 y llegó la pandemia, ¿cómo se adaptó a la situación?

En el momento en que se acabó el confinamiento empecé a hacer bolos y tuve que adaptarme a menos público y con mascarilla, pero era mejor que no hacer nada, así que hay que dar gracias, porque al menos estaba en activo y haciendo lo que realmente me gusta. Lo he considerado casi como una bendición todo lo que me ha pasado, porque a medida que hemos ido avanzando, hemos tenido más público y más bolos. Ahora solo espero el día en que pueda ver al público sin mascarilla.

Artista todoterreno, con 24 años de carrera, ¿está donde soñaba cuando empezó?

No estoy en el sitio que imaginaba, pero es que estas cosas van cambiando. Disfruto de dónde estoy y más aún después de lo que ha pasado... Mi vida se ha puesto en un cierto orden y me ha hecho estar sereno y feliz con lo que tengo. He creado juegos de mesa, estoy grabando un disco con mi banda, tengo escrita una serie que intentaré sacar adelante... me he creado, sin darme cuenta, un mundo a mi alrededor que solo depende de mí.