Regresó Hernández Silva al podio de la Orquesta de Córdoba, y ésta volvió a lucir el músculo sonoro de tiempos recientes. Curiosa disposición antifonal de la cuerda, con violas a la derecha enfrentadas a los violines primeros, práctica que Karajan instauró en la Filarmónica de Berlín y continuara Abbado, y que no coincide ni con la disposición clásica, violines enfrentados a izquierda y derecha, ni con la disposición inventada por Toscanini que dispone la cuerda en abanico, de más agudo a más grave, y acumula los violines a la izquierda del podio para ganar densidad. Dio la impresión que la Orquesta sonaba ligeramente más equilibrada, pero hablar de matices acústicos en un concierto orquestal en el Gran Teatro entra en el campo de lo esotérico.

Desde el acorde de arranque, rotundo y pleno, Hernández Silva presentó una Tercera de Schubert alejada del encanto y las aristas pulidas asociadas al compositor. Una urgencia implacable, unos sforzandi marcados y una base rítmica persistente nos dieron una visión «beethoveniana» de Schubert, opción plausible por el momento histórico de la composición en la que imaginamos al joven Franz fascinado por la figura titánica del genio de Bonn. Tras un primer movimiento enérgico, el Allegretto expuso adecuadamente su carácter de interludio —«Dulce es el placer del caminante...»—, incluida esa bellísima sección intermedia "silbada". En el Menuetto, orquesta y director regalaron un Trio muy trabajado en su flexibilidad, con un fraseo suficientemente elástico. Menos risueño de lo esperado el Presto Vivace conclusivo que alcanzó cotas arrolladoras, no tanto por la velocidad sino por la acumulación sonora y una acentuación resaltada en metales y percusión.

Idénticos criterios interpretativos aplicaron tras la pausa a la Primera Sinfonía de Kalinnikov, obra desgraciadamente infrecuente, y que atesora momentos de alto voltaje musical. El primer movimiento, nacido a partir de esa cantinela lejana y melacólica, que parece una mirada sobre la vacía estepa rusa, regaló momentos mágicos como la presentación del segundo tema en violas y chelos o una transición a la reexposición llevada con mimo. Previamente, el desarrollo había descargado toda la intensidad y tensión acumuladas.

En el Andante, Hernández Silva supo dar cuerpo sonoro a ese nocturno donde parece tililar una luz lunar sobre la superficie marina y, de nuevo, en el Trio del Scherzo, demostró un batir muelle donde jugó un papel importante el acertado concurso de un expresivo oboe. Asombrosa la manera de mantener las tensiones en un jubiloso Finale, a cuyos acordes finales llegamos con una plenitud que hizo levantar al público del asiento, deshecho en aplausos. Rendimiento óptimo de la orquesta, con unos metales seguros y rotundos que impusieron al conjunto de la velada esos acentos fuertes que la presidieron.