El esqueleto de un hombre que murió en la erupción del Vesubio hace dos milenios fue hallado en la ciudad de Herculano, sepultada por aquella tragedia, un hallazgo que llega 25 años después del fin de las excavaciones arqueológicas en el lugar.

La posición del cadáver, a poca distancia del mar, hace sospechar que estuvo cerca de salvarse de la explosión del volcán en el año 79 d.C, que destruyó por completo las urbes ubicadas a sus faldas, como Pompeya o Herculano, cerca de Nápoles (sur de Italia). Y es que al parecer el hombre, parcialmente mutilado, fue detenido por la avalancha de fuego y gas del Vesubio a pocos pasos del mar, es decir, de la salvación. "Es un hallazgo del que esperamos mucho", ha celebrado el director del Parque Arqueológico de Herculano, Francesco Sirano, en las redes sociales.

El ministro italiano de Cultura, Dario Franceschini, también ha encomiado este "descubrimiento sensacional". Y es que el esqueleto ha sido encontrado veinticinco años después de que las excavaciones en Herculano tocaran a su fin y constata que estos lugares, en los que el tiempo se detuvo con la llegada del fuego y de la ceniza, aún albergan cuantiosas sorpresas en su suelo. Los huesos, de hecho, se encuentran incrustados en una pared de roca volcánica y serán ahora extraídos y analizados, según adelanta la Agencia Ansa.

En el año 79 d.C una explosión imprevista interrumpió la vida de todas las ciudades que rodeaban al cráter y una columna de material piroclástico de catorce kilómetros de altura provocó una lluvia de ceniza y piedra sobre Pompeya, Herculano, Oplontis o Estabia. Era el inicio de una tragedia en la que Herculano fue la primera víctima, arrasada primero por una ola de calor de unos 400 grados centígrados y después por una avalancha de lodo que sepultó la urbe bajo una capa de veinte metros de espesor de material volcánico.

Estas ciudades, prósperas por el creciente turismo del Imperio Romano, acabaron en el olvido y envueltas en el mito hasta su descubrimiento a mediados del en el siglo XVIII, cuando dieron inicio las excavaciones por voluntad del rey de Nápoles Carlos de Borbón, que después se convertiría en Carlos III de España.

El escritor romano Plinio el Joven, testigo de la tragedia y quien perdió en la erupción a su tío y tutor, Plinio el Viejo, narró lo ocurrido en una serie de epístolas a su amigo, el historiador Tácito, que dan fe del infierno terrenal que se desató entonces.