Mañana, 14 de septiembre, se cumplen 700 años de la muerte de Dante Alighieri, poeta máximo de la catolicidad y de las letras europeas, cuya presencia cultural nunca se ha extinguido en Occidente, perviviendo durante siglos y siglos, pues había nacido en Florencia cuando daba los primeros pasos titubeantes el tiempo que llamamos Renacimiento desde que Jacobo Burckardt, en el siglo XlX, acertó con la denominación.

Dante, preclaro rebelde florentino, posee una biografía plena de inquietudes. Participó en política con una facción de los güelfos; fustigó con dureza al pontífice Bonifacio Vlll, un teócrata que no pudo cumplir su deseo de entregarlo a la Inquisición; falsamente acusado de malversar caudales, tuvo que exiliarse por ese motivo; intervino como guerrero destacado en la batalla de Campaldino, que enfrentó a florentinos y aretinos; a la orden de Guido de Polenta ejerció de embajador veneciano... Y, además, le quedó tiempo para escribir una de las obras cardinales del universo literario.

Pero, ante y sobre todo, Dante fue, con su gran amigo Cavalcanti, el creador del idioma italiano, cuya culminación, hecha alegoría, son los tercetos límpidos, inmortales, de la Divina Comedia, la obra suprema del poeta que yace, desde 1321, en Rávena, en la iglesia de San Vital, donde, en mosaicos bizantinos de imperecedera belleza, todavía podemos contemplar al emperador Justiniano, vencedor de los ostrogodos e impulsor del Derecho Romano, y a la emperatriz Teodora, acompañados por toda la corte.

En 1290, cuando el poeta tiene 35 años -había nacido en mayo de 1265-, muere muy joven Beatriz di Fogio Portinari, bella dama florentina que estaba casada, sin tener descendencia, con Simone dei Bardi que, según algunas fuentes, era comerciante.

Dos años después del fallecimiento de Beatriz, Dante publica Vita Nuova, libro en gran parte autobiográfico, escrito en verso y prosa, en el que por primera vez da a conocer la historia poética de su amor no correspondido por la desaparecida Beatriz. A partir de entonces, convierte a su amada en un resucitado icono sentimental y en un personaje literario irremisiblemente unido a sus peripecias vitales.

Dolencias de amor

Sí, a partir de Vita Nuova, Dante entroniza con Beatriz la epifanía de una nueva religión del amor humano, muy cercana al idealismo sentimental e imaginario soñado por los trovadores provenzales de la Edad Media.

El poeta en su resumida autobiografía refiere unos hechos que, más allá de una frustrada historia de amor, son el puro pretexto de un espíritu contemplativo, con ribetes místicos, que no supo encontrar, en su circunstancia, el conocimiento cierto, dialogante, escrutador, basado en la reciprocidad amistosa y la cercanía, muy propio de los auténticos enamorados, pues nuestros clásicos ya aseguraban que las dolencias de amor solo se curan con la presencia y la figura.

Exposición sobre Dante inaugurada en la Biblioteca Nacional de España el pasado 30 de junio. MARTA FERNÁNDEZ JARA

Lo más probable es que estemos ante una idealizada liberación espiritual en la que hay muchos vericuetos esotéricos que, nacidos de un sentido numinoso de la existencia, dotan de atributos mágicos al número nueve. Dante nos confiesa que vio a Beatriz con nueve años; que en ese primer deslumbramiento -«a partir de entonces fue gloriosa dueña de mi intelecto»-, no intercambiaron palabra y que tardó otros nueve años en volver a verla -cosa extraña viviendo Dante y Bice en la misma ciudad-. En este segundo encuentro la dama le dedica al poeta una pasajera sonrisa que desemboca, tras ciertas murmuraciones inexplicadas, en una indiferencia que Dante aprovecha para escribirle sonetos y baladas.

Todo ello sabe a teatralidad, a artificio retórico que llega al cénit cuando Dante escribe lo siguiente: «El tres es por sí mismo factor del nueve y del factor por sí mismo de los milagros es tres; a saber, Padre, Hijo y Espíritu Santo, los cuales son tres y uno, esta dama -Beatriz- fue acompañada del número nueve para dar a entender que ella era un nueve, esto es un milagro cuya raíz es solamente la admirable Trinidad».

Después del párrafo transcrito, más oscuro que boca de lobo, nos inclinamos por pensar -aunque Beatriz realmente existió-, que estamos muy cerca de una mujer recreada por la ficción literaria, como la Dulcinea de Don Quijote, la Melibea de Calixto, la Ofelia de Hamlet o la Julieta de Romeo, cuyos amores concluyen en una tragedia truculentamente romántica. En definitiva, nuestra opinión es que nos encontramos en una situación equivalente a lo que Stendhal, en su conocida teoría del amor, llama «cristalización»; es decir, una realidad inexistente en donde las excelencias atribuidas a la amada son creadas por la imaginación desbordada del amante.

En 1307, cumplidos los 42 años, el poeta florentino, inicia su obra magna, la Comedia -así, Comedia a secas la denominó Dante, ignorando, por supuesto, que en una edición veneciana del siglo XVI le añadirían el adjetivo Divina, que ha perdurado-, cuya lenta redacción ocupó los catorce últimos años de su asendereada existencia.

No vamos a diseccionar una obra sobre la que se han escrito multitud de estudios en todos los idiomas, pero sí resaltar que en la Comedia, después de muchos años de silencio sobre ella, reaparece Beatriz, «ángel jovencísimo en el que tremolan las violetas virginales» para acompañar a Dante en su visita al glorioso Paraíso donde los justos gozan de una vida eterna en presencia de Dios. Dicha visita tiene lugar después de recorrer, tras perderse en una selva oscura, el Infierno y el Purgatorio acompañado por el gran poeta latino Publio Virgilio.

Por cierto, dicha reaparición de Beatriz y su exaltación como bienaventurada coincide con la culminación del fracaso matrimonial de Dante con Gemma Donatti.

Paraíso, Infierno y Purgatorio son lugares creados por la dogmática católica, pero que, a partir de la obra de Dante, resultan imaginados por los fieles y muchos artistas, exactamente igual que el poeta los recreó en endecasílabos majestuosos. Una realidad enraizada en la poesía que, tiempo después, el genio pictórico de Miguel Ángel utiliza, plásticamente, como un asidero para describir con los pinceles la ficción literaria que le ha inspirado Dante. Así surge el fresco que ocupa el altar mayor de la portentosa Capilla Sixtina.

Detalle de 'La Comedia'. EUROPA PRESS

Dos precisiones

Para concluir estas reflexiones, vamos a complementarlas con dos precisiones que nos ha parecido interesante recordar en este centenario conmemorativo. La primera es que Dante en su obra Monarchia -curiosamente, estuvo incluida en el Índice de libros prohibidos-, escrita en latín, el autor difunde un pensamiento que en la actualidad el Papa Francisco ha expresado, casi con sus mismas palabras: «Si aspiramos a una paz universal la acción política debe ser una forma elevada de la caridad». Algo que nos parece absolutamente utópico cuando, a diario, asistimos a unas lamentables acciones políticas realizadas a farolazos, y al margen del sentido común más primario.

La segunda precisión es que, según estudios recientes, se confirma que la Comedia, además de las dogmáticas y teológicas, tuvo fuentes musulmanas. Tesis que ya sostuvo, contra viento y marea, el sacerdote aragonés y eminente arabista, Miguel Asín Palacios.

Su discurso de ingreso en la Real Academia se tituló La escatología musulmana en la Divina Comedia. En ese trabajo demostró que Dante, para su recorrido por el Infierno, utilizó un texto de Ibn-al-Arabi, que fue traducido, en tiempos de Alfonso X el Sabio, con el título La escala de Mahoma del que, a su vez, existió una versión en latín efectuada por Buenaventura de Siena de la cual, según Asín, se valió Dante para redactar los primeros cantos de la Comedia. H

* Escritor