El reinado de Pedro I de Castilla estuvo marcado por una leyenda negra y determinado por el continuo pulso que el joven monarca llevó a cabo con la nobleza de su tiempo. Hijo legítimo de Alfonso XI, heredero por derecho al trono, su padre tuvo una familia paralela con su amante Leonor de Guzmán que le daría una prole de diez bastardos que se disputarían el poder. Enrique de Trastámara encabezaría un sinfín de guerras civiles y asesinaría al legítimo rey para usurpar el trono.

La novela histórica, según Kurt Spang, no es la única forma literaria que hace especial hincapié en la problemática del tiempo, se han ido formando manifestaciones literarias que sitúa al novelista histórico muy cerca del historiador; en otros casos, algunos historiadores ni siquiera reconocen una diferencia entre lo que están haciendo ellos y el quehacer del literato. Julio Castedo (Madrid, 1964) es un veterano autor de episodios históricos de gran calado narrativo que con Rey Don Pedro (2021) entrega un relato contado con una hábil y extraordinaria introspección, traslada su relato a una convulsa Castilla del siglo XIV y la apuesta resulta singular, una aventura calculada y medida, construida con una acertada precisión. A este proyecto dio forma tras Apología de Venus (2008), El jugador de ajedrez (2009) y El fotógrafo de cadáveres (2012), tres muestras de una exigencia narrativa sobria y eficaz, y concluida tras Redención (2015), una novela de una estructura bastante compleja, ya que diversas historias convergen en un alegato sobre la crueldad y la violencia.

La novela Rey Don Pedro arranca en los momentos previos a su muerte, durante el sitio de Montiel, donde Enrique y sus aliados franceses tienen cercado al monarca castellano y, sirviéndose de una argucia, reclaman su presencia en la tienda de Bertrand Duguesclin, y Enrique cometerá el vil asesinato, pero antes de abandonar este mundo, el propio rey, utilizando el recurso de la primera persona, retrocede en el tiempo hasta su infancia y coronación cuando, apenas con dieciséis años, en 1350, sucedió a su padre. Detallará, con todo lujo de especificaciones, su desazón ante la imposibilidad de distinguir entre las propias intrigas de la reina madre, María de Portugal, y su favorito y amante, Juan Alfonso de Alburquerque, o su desacuerdo con la política exterior de ambos orientada hacia Francia, su infelicidad tras un matrimonio concertado, con Blanca de Borbón, una desconocida que despechará en favor de María de Padilla, el gran amor de su vida. Obligado a ceder, se confina en Toro, de donde escapará para, a lo largo de las páginas con que nos deleita Castedo, recuperar la iniciativa y dar comienzo a una guerra civil que terminaría con la extraña muerte del monarca. La violencia de los peores momentos de un rey, calificado de cruel y justiciero, crecerá a medida que toma ciudades y ejecutará en represalia a la mayor parte de los sublevados. La guerra civil se convertiría en un asunto exterior cuando Pedro I de Castilla se enfrente a Pedro IV de Aragón. Inglaterra se alinea con los partidarios de don Pedro y Francia con don Enrique, en el marco histórico de la Guerra de los Cien Años que enfrentó a ambos países.

El autor irá salpicando su relato cuestionando esas difíciles etapas en las que lidiaba con las facciones que disputaban su poder, el fracaso en su intento por construir una Castilla unida y próspera, aunque en su narración, Castedo, va más allá de una seudo biografía o crónica pormenorizada de los hechos, y hace reflexionar al protagonista en una ajustada ficción sobre la naturaleza del mal, los conceptos del amor, el ardor y los celos, la traición y la ambición, bajezas y grandezas de cualquier humano, y así Castedo dará vida a un rey tan reflexivo como duro en sus decisiones, en ocasiones humano y víctima de la ambición.

Sobresalen como configuraciones literarias reales, Leonor, una mujer querida y respetada, que hizo feliz al rey Alfonso durante veinte años, y María de Padilla, con quien, el Cruel, compartió sus días más dichosos.