La Orquesta de Córdoba y su titular, Carlos Domínguez Nieto, cierran una excelente temporada avanzando en su ciclo Bruckner con la interpretación de la Sexta sinfonía del compositor austríaco.

Bruckner, Josef Anton. Varón, 57 años. Soltero. Profesor de Armonía y Contrapunto en la Universidad de Viena. También Organista de la Corte. Antes, organista en Linz y profesor de canto coral. Antes, organista en la Abadía de San Florián. Antes incluso, maestro de escuela.

En un primer encuentro, el señor Bruckner sorprende por la combinación de bonhomía e inseguridad para alguien de una trayectoria tan remarcable. Busca del interlocutor confirmación permanente para sus ideas y sus quehaceres. No obstante, en ciertos asuntos del arte o la moral se obceca hasta el límite de la paranoia. Tiene tendencia a la depresión y a las crisis nerviosas. No se le conoce, ni ahora ni antes, relación alguna con mujeres.

Se ha extendido por Viena el chisme de que el señor Bruckner es un músico wagneriano. Nada más lejos de la realidad. El natural ateo del señor Wagner tiene cumplida traslación en su música sensual hasta la histeria y amorfa. El señor Bruckner es, sin embargo, hombre de una firme fe católica. Compone "como el buen Dios hubiera querido", aplicando en todo orden, disposición y estructura.

El estilo musical del señor Bruckner es extravagante a fuer de original: pequeños bloques o secciones se suceden yuxtapuestos unos a otros sin transiciones. Gusta del empleo de fanfarrias, jubilosas o amenazantes, seguidas por frases largas y líricas confiadas a las cuerdas. De vez en cuando colorea su música introduciendo pequeños motivos de escasas notas en flautas o clarinetes, que, superpuestos a bases rítmicas firmes, producen curiosos efectos tímbricos.

Dice haber completado recientemente su Sexta sinfonía en la mayor, cosa sorprendente para un músico de su edad si recordamos, por ejemplo, que el señor Mozart estrenó la suya a los once. Afirma que se trata de su obra "más descarada" (sic). Los fracasos de sus últimos estrenos sinfónicos no parecen haberle disuadido lo más mínimo de su anhelo a ser considerado  un gran compositor, ejemplo nítido de tozudez y de su escaso sentido de la realidad. Esas composiciones suyas tan largas, tan abstrusas, tan repetitivas, difícilmente podrán despertar interés alguno en las generaciones venideras.