Tour de force para Pascual Martínez-Forteza (1972), a todo esto segundo atril de clarinete (¡y primer español!) en la Filarmónica de Nueva York, que se entregó en cuerpo y alma en esa especie de concierto encubierto que supuso la interpretación de corrido de las tres obras del programa que tenían por protagonista obligado al instrumento de viento madera, a saber y por este orden, Cantos del Alma y Rumbalina, de Lorenzo Palomo, y la Fantasía Española de Julián Bautista.

Martínez-Forteza demostró un dominio técnico y expresivo apabullante, capaz de regular el sonido hasta lo inaudible —elegíaco comienzo de los Cantos—, de sortear las escalas y trinos más endiablados o de lograr el swing requerido para ese homenaje a la rumba que es Rumbalina. En Cantos del Alma, orquesta, director y soprano acertaron a otorgar a cada canción su propia dimensión expresiva, destacando el color oscuro, vespertino del clarinete en ¡Pájaro del agua!, la sutil ironía de Tientos de alborada o el carácter íntimo de Los palacios blancos.

Adecuada la participación de la soprano Naroa Intxausti, de voz bonita y segura. La riqueza tímbrica y los efectos orquestales conseguidos hicieron desfilar por nuestra mente los ecos que laten en la partitura de Bartok, Richard Strauss, Prokofiev o Puccini —¿nos pareció oir una cita del O mio babbino caro pucciniano?—. Solo ciertas lentitudes puntuales de tempo hicieron peligrar la interpretación y pasar de lo atmosférico a lo flácido.

En el estreno mundial de la adaptación para clarinete y orquesta de Rumbalina, una suerte de Rapsody in blue caribeña, Dominguez-Nieto y Martínez-Forteza nos dieron la interpretación moderadamente cachonda que la obra exige. Interpretación meritoria de la Fantasía Española de Julián Bautista, donde los músicos se entregaron desde el principio por brío, ritmo e intensidad a una obra interesante pero desigual, cuestión que se hizo clarividente en cuanto sonaron los primeros acordes de la Suite n°1 de El sombrero de tres picos de Falla.

Hay músicas que, en cuanto suenan, parecen un acontecimiento atmosférico: son y suceden, y no cabe conjeturar si les sobra o les falta algo. Falla consiguió en sus obras maestras este raro nivel de depuración. La interpretación fue un derroche de encanto, ligereza y picardía, con gran trabajo plástico de voces, planos y contrapunto. Señor Domínguez-Nieto, es imperativo que nos programe pronto el Sombrero entero, aunque un Amor brujo o un Retablo de Maese Pedro también nos harían inmensamente felices.