Huye del mundo literario y asegura trabajar «en la orfandad», pero la mayoría de sus poemarios han sido premiados en diferentes certámenes de ámbito nacional. Entre los muchos reconocimientos recibidos por este poeta cordobés que emigró hace años a un pequeño pueblo de Badajoz destacan los premios Villa de la Roda, Porticus, Justas Literarias de Reinosa, Aula de Poesía Pedro Antonio de Alarcón, Premio de Poesía Gabriel Celaya o Justas Poéticas Castellanas, entre otros. El último que se ha unido a este amplio palmarés ha sido el Nacional de Poesía Mario López de Bujalance.

- Recientemente, ha sumado un nuevo reconocimiento a un amplio palmarés de galardones con el 28 Premio Nacional de Poesía Poeta Mario López gracias a ‘Dulce inexistencia’. ¿Qué encierra este poemario?

-Este librito es un conjunto de viejos poemas de amor que nunca pensé que se publicaría. Ha sido una grata sorpresa y un honor quedar vinculado a la figura de Mario López, uno de los primeros poetas que leí, porque mi padre tenía en casa algunos de sus libros.

- ¿Qué valor le da a los premios literarios? ¿Cree que son necesarios?

- En mi caso suponen una ayuda económica. Los premios pueden motivarte en algún momento determinado. En cualquier caso, es preferible que te juzguen personas que no te conocen de nada, y que una publicación esté libre de favores y contrapartidas. Yo nunca pertenecí al mundo literario. Como todos los mundos, tiende al egocentrismo y a la competición. No me interesa. Ni siquiera lo planteo como un asunto ético, sino como una terrible pérdida de tiempo, un tiempo que procuro emplear en leer, escribir y estudiar.

- La escritura le ha acompañado toda su vida. ¿Qué le da la poesía?

- Con los años, creo entender que la experiencia poética tiene que ver con la posibilidad de asumir la pregunta como pregunta. La racionalidad, tanto en su vertiente filosófica como espiritual, se ha dedicado a responder la pregunta por el sentido. Ofrece muchas respuestas para que cada cual adopte la que vea más razonable o verosímil. Para mí, la experiencia poética es la posibilidad de asumir el sentido de la pregunta, porque la pregunta tiene sentido como tal. Cuando la respondes, te la cargas. Vivimos en el mundo que han construido las respuestas. Cada tradición cultural tiene las suyas. La poesía me ha ayudado a mantenerme en la pregunta como lugar del sentido.

- ¿Se sufre en el proceso poético?

- Si entendemos el proceso poético como la construcción de la obra, se sufre porque las palabras ya tienen un significado racional y el poema pretende un significado poético. Si entendemos el proceso poético como ahondar en el sentido de la pregunta, se sufre porque te quedas solo, continuamente asediado por los que saben. Pero ambos son sufrimientos naturales, te hacen sentir vivo.

- Ha tocado muchos temas a través de sus versos. ¿Hay algo de lo que le cueste escribir?

- Para mí, el poema siempre es un acto inocente, un golpe de silencio que hace saltar las palabras del lenguaje, aunque inevitablemente la tradición literaria en la que te encuentras, en nuestro caso maravillosa, condicione un alto porcentaje de lo que puedas escribir. A lo máximo que uno puede aspirar es a que esa inocencia o inmediatez de la conciencia poética no quede totalmente sepultada bajo los elementos que tienes que utilizar en la construcción del poema. Que la palabra no quede sepultada por el lenguaje. En uno de mis libritos, ‘Última alambrada’, digo, seguramente sin razón, que hay poetas ungidos y poetas huérfanos. Los poetas ungidos ponen su experiencia poética al servicio del lenguaje, acrecientan el acervo, engrandecen la tradición literaria, profundizan en las posibilidades del conocimiento, embellecen y dignifican la cultura. Los poetas huérfanos quisieran liberarse de todo eso con la esperanza de encontrar, en el solar vacío, la pregunta inocente, esa que no sirve para construir una cultura, esa que no sabemos para qué sirve. Yo, modestamente, intento trabajar en la orfandad.

- ¿Y qué cree que pueden aportar los versos en este momento de dolor e incertidumbre en el que un imperceptible virus ha dado la vuelta a nuestras vidas?

- Los poetas ungidos pueden aportar consuelo a la burguesía culta, profundizar y embellecer los sentimientos surgidos en el dolor y la soledad, señalar el hermoso horizonte que nos espera a poco que el virus nos deje seguir haciendo lo que hacíamos. Los poetas huérfanos no tienen esperanza. La racionalidad depredadora no va a cambiar, es incapaz.

- Decidió abandonar Córdoba por problemas de salud. ¿Qué ha ganado viviendo en un pequeño pueblo de Badajoz?

- He ganado paz interior y exterior. La paz y el silencio son buenos aliados de la salud y también de la lucidez, aunque no la garantizan. Los fantasmas interiores son los más difíciles de afrontar. Al menos, ahora creo que me dedico a cosas muy sencillas. No sé si me estoy haciendo un niño viejo o un viejo niño.

- ¿Es un ambiente más inspirador?

- Más que a hablar o escribir, la naturaleza te invita a escuchar continuamente. Es asombroso. De pronto, comprendes que el silencio es la gran revelación.

- ¿Qué echa de menos de Córdoba?

- A mi familia y a algunos buenos amigos, por supuesto. Córdoba se me ha ido despojando en la memoria, como una flor deshojada. Lo que ha quedado es como el milagro pequeño de haber nacido en sus brazos.

- Ha ganado premios en varias ciudades, a las que ha viajado para recogerlos. ¿Cree que Córdoba sigue siendo una referencia en la poesía nacional? ¿Por qué?

- Los grandísimos poetas que ha tenido y tiene Córdoba le garantizan un lugar privilegiado en la cultura nacional e internacional. Eso es indiscutible. Sin embargo, sería bueno que no se mirarse el ombligo con tanta frecuencia. No puedo entender, por ejemplo, que no se haya institucionalizado un diálogo cultural permanente con el Islam, del que tanto nos enorgullecen sus vestigios arqueológicos. Me apena que el mundo cultural sea tan conservador.