Toda su vida gira en torno al teatro, un arte que le ha dado muchas satisfacciones, entre ellas tres premios nacionales que, sin embargo, para José Carlos Plaza no significan nada. Porque lo que realmente importa a este director teatral es la emoción que, a sus 78 años, sigue sintiendo con cada uno de sus proyectos escénicos. Y es el último, La casa de Bernarda de Alba, de García Lorca, obra a la que vuelve 40 años después de su primera y única incursión, el que los cordobeses podrán disfrutar en el Gran Teatro el próximo sábado.

- Vuelve a ‘La casa de Bernarda Alba’ después de 40 años. ¿Qué pretende transmitir a los espectadores de hoy con este drama de mujeres de aquellos pueblos de España?

- Lo primero, fidelidad al texto de Lorca, intentar comunicar lo que yo creo que él quiere comunicar, que es que la falta de libertad lleva a la enfermedad, a la hecatombe, y hacer ver al ser humano donde está su propia atadura y romperla. Lorca habla, fundamentalmente, de los ancestros, de las raíces que tenemos las personas con una determinada cultura y que nos atraen hacia una férrea dictadura interior. Lorca convierte a Bernarda en un monstruo porque quiere seguir unas leyes que ya están podridas.

- ¿Esos ancestros siguen coartando nuestra libertad?

- Sin la menor duda. La religión, la moral católica, los comportamientos sociales, el concepto de que el desorden es mucho peor que la injusticia... Desgraciadamente, esos ancestros están muy vivos. Hay que tener en cuenta que la extrema derecha vuelve otra vez con toda su potencia.

- ¿Cree que las obras clásicas crecen y ofrecen facetas diferentes al compás de los cambios en la sociedad?

- No, lo que cambia es la sociedad. Las obras no cambian nada, quien cambia es quien la recibe. Podemos verlas desde diferentes prismas, quizá puede variar la cubierta del libro o el decorado de la función, pero no el texto.

- La obra cuenta con un reparto excepcional. ¿Cómo se trabaja con ocho actrices de esta talla juntas sobre el escenario?

- Ha sido un trabajo muy difícil. Son mujeres en una obra de mujeres dirigidas por un hombre, y eso ya indica que hay un pequeño problema que solventar. Pero, con mucha profesionalidad, cada una ha aportado su idea y mi misión era intentar juntar todos sus conceptos. Son actrices con mucha personalidad y talento, y ha sido muy divertido, un pulso.

- ¿Cree que para una actriz es importante hacer alguna vez en su vida esta obra?

- Sí. Hay cuatro cinco autores como Lorca, Valle Inclán o Calderón a los que todos los actores deberían interpretar. No creo que haya un actor inglés que no haya hecho nunca a Shakespeare.

- Uno de sus últimos trabajos es ‘La habitación de María’, protagonizada por Concha Velasco. Parece incombustible ¿Cómo se dirige a una dama de la escena?

- Las grandes damas de la escena son muy humildes, y cada obra es, como dice Concha, como empezar de nuevo. Hay que meterse en un personaje y, por mucha experiencia que se tenga, no es fácil. El director sirve de apoyo, de ayuda, en ese proceso que es la encarnación del personaje. Concha siempre dice que cada vez que comienza una función es como empezar de cero. Seguirá en los escenarios hasta que su naturaleza aguante, y espero que pase mucho tiempo.

- Lleva toda una vida entre bambalinas ¿Qué diferencia hay entre la forma de hacer teatro de sus inicios y la de nuestros días? ¿Qué le parece lo que se está haciendo?

- El teatro ha ido siempre en paralelo a la sociedad en la que vivimos. Hemos pasado momentos de mucha frivolidad, de mucho miedo y represión, luego llegó la libertad y la sensación de que todo era posible. También ha vivido crisis como esta última y ha ido respondiendo bien en cada momento. Hay innumerable gente joven que está creando ideas. El teatro está en un momento estupendo.

- ¿Cómo está respondiendo el público en esta situación de pandemia?

- Maravillosamente. Imposible mejorarlo. Va al teatro con ilusión, con ganas, con empatía, los aplausos son más grandes que nunca, aunque no guste mucho la función. El teatro está sufriendo mucho, pero también está siendo un canto a la vida.

- Parece que el teatro se crece ante la adversidad.

- Quizá no guste lo que voy a decir, pero creo que a la gente joven le ha faltado adversidad, que es muy buena para fortalecer las almas, y ahora que ha pasado esta gran adversidad, creo que la juventud saldrá fortalecida, sabiendo que, a veces, la vida es mucho más dura de lo que les han hecho ver.

- ¿Tener tres premios nacionales de Teatro es un pasaporte al éxito o una losa?

- Ninguna de las dos cosas, no es nada. El teatro te lo ganas día a día. No eres nadie nunca, cuando empiezas una obra empiezas de cero.

- Ha dirigido teatro, ópera, zarzuela, musicales... ¿Cuál es la producción que más le ha marcado?

- Una que hice como actor por primera y única vez, La historia del zoo, de William Leyton. Con 14 años quería ser actor y, por circunstancias, empecé a ser director. Ese papel me marcó la vida, aprendí mucho de los miedos y debilidades del intérprete y todo eso me sirvió para dirigirlo.

- Ha estado al frente de más de 150 obras. ¿Hay algún intérprete con quien no haya trabajado y le gustaría?

- Con Nuria Espert, por ejemplo. Lo hemos intentado muchas veces, pero no hemos podido, a ver si me da tiempo.

- A estas alturas, ¿se sigue emocionando ante el escenario?

- Sí, muchísimo. Sobre todo cuando veo a un actor que se rompe el alma, que deja salir las partes más profundas de un personaje a partir del dolor, como ha sido ver a Consuelo Trujillo hacer de Bernarda. Le ha costado mucho porque para ella, que es un ser espiritual, bondadoso y lleno de amor, ha sido difícil sacar ese poso de veneno.

- Sus propuestas pasan muy a menudo por Córdoba. ¿Qué opina del público de esta ciudad?

- Tengo recuerdos entrañables de Córdoba, como, por ejemplo, el estreno de Yo Claudio. Nunca olvidaré el silencio, el enorme aplauso, su calor. Cuando dicen que el público es más entendido en Madrid o en Barcelona, no es cierto. El público de Córdoba es de los mejores que yo conozco, entrañable.