En 1798, el joven virtuoso del piano, además de extravagante compositor, Ludwig van Beethoven comenzó a experimentar, para su horror, pérdidas de audición y zumbidos imaginarios. Tras numerosos tratamientos médicos, en 1802 asumió por primera vez que su sordera era irremediable. Era la ruina. Un músico sordo. Tenía 31 años. Decidió transformar su desesperación en impulso y se propuso llevar los géneros musicales a espacios sonoros inimaginados. Con el primero de los dos grandes géneros a los que se enfrentó, la sinfonía, el empeño culminó con un verdadero cañonazo, la Heroica. Con el segundo, la ópera, las cosas no salieron tan rodadas. 

Estrenada en 1805, Leonore cuenta la historia de una mujer determinada a rescatar a su marido, prisionero político, introduciéndose en prisión travestida en un hombre de nombre Fidelio. Si los ideales humanísticos de la obra eran altísimos, la acción dramática era extremadamente floja. La obra fracasó. En 1806 lo intentó de nuevo con cambios y cortes en la partitura, pero una bronca posterior con el empresario le llevó a enterrar su ópera. La mediación de personas queridas le animó a una revisión y un reestreno en 1814 con su fisonomía final conocida. 

'Leonora y Fidelio’

El asunto de las oberturas retrata el accidentado periplo: los materiales del estreno (Leonore II, 1805), que se densifican (Leonore III, 1806) o se aligeran (Leonore I, 1808, preparada para un amago de representación en Praga), para acabar, finalmente, en una composición completamente distinta y menor (Fidelio). 

Para una persona que vive de la música, tan importante es imaginar el sonido como experimentarlo en vivo. Decía Carlos Cruz Díez, artista óptico venezolano: «Puedo prever hasta cierto punto lo que va a suceder, pero la cantidad de modificaciones que se producirán (...) son fenómenos que de antemano no veo, sino que imagino, al igual que un músico imagina en su oído interno determinados acordes, determinadas calidades de sonidos; cuando el acorde real suena en sus oídos es cuando sabe si su imaginación y la realidad estaban en consonancia». 

Esta fue la tragedia de Beethoven: saber de antemano que acabaría prisionero en su oído interno. La amenaza de la sordera como prisión para un apologeta de la libertad como él, llevó a Beethoven a empujar y culminar la tradición sinfónica europea. Con la ópera no fue así. Se le resistió, y con ello dejó el camino expedito para que otro que no fuera él viniera a culminarlo, cosa que hizo posteriormente un sajón llamado Richard Wagner.