Tras «20 años consumiendo alcohol cada día», Santiago Sequeiros lleva nueve sobrio. «Dibujé borracho, escribí borracho, entregué trabajos borracho. Llegó un momento en que no podía leer los textos que me enviaban para ilustrar. Al final no hacía nada más que beber. Pero volvía a despertarme, con culpa y hecho una puta mierda. Y toqué fondo. Hacía tiempo que yo estaba muerto, pero estaba vivo. Quería quitarme de en medio. No quería vivir porque no encontraba sentido a hacerlo y siempre he tenido miedo a la vida. Pero tenía más terror a enfrentarme a la muerte y a desaparecer. No podía matarme, pero no podía vivir bebiendo, así que tenía que dejar de beber», se sincera el ilustrador y dibujante, que ha culminado Romeo muerto (Reservoir Books), un tremendo, oscuro y delirante cómic con fama de maldito, cuya idea nacía en 1997. «Lo que hay ahí son mis demonios», confiesa por videoconferencia, desde su casa del pequeño pueblo de Carboneras, en Almería, donde buscó refugio cerca del mar.

Romeo muerto, obra de ficción de gran formato, de rotundo y expresionista negro sobre blanco, «tiene muchas capas». No es fácil describirla. En ella hay «sepultureros borrachos enterrando a Dios entre escombros de estiércol» en una ciudad lujuriosa y pesadillesca, La Mala Pena, «cruce entre un purgatorio y un pudridero», metáfora de lo vivido y de su universo imaginario. Sobre ella llueve orujo y hay un hotel hambriento de carne, con un conserje alcoholizado de nombre Romeo. En sus páginas campan personajes que dieron título a dos de sus obras de los años 90, Ambigú (justiciero de máscara de cuero católico, masoquista y sentimental) o Nostromo Quebranto (con «una mano comida por el tiempo»), cuando Sequeiros (Buenos Aires, 1971; criado entre Galicia y Madrid) se alzó como Autor Revelación en el Salón del Cómic de Barcelona de 1996 después de prodigarse en revistas como Totem y Comix.

«Al principio, Romeo muerto era una historia de autocompasión y justificación, de un perdedor. Pero al retomarla eso ya no se sostenía. Ha salido de las tripas. Cuando hice terapia para dejar de beber y enfoqué de manera realista mi enfermedad vi que una razón por la que abracé el alcohol es porque borracho no sentía nada. Soy malo gestionando emociones y tiendo a recluirme en mí mismo. Cuando hago tebeos hablo de mí e intento conectar con algo que tengo dentro y no vislumbro del todo. Mi forma de comunicarme conmigo mismo es a través de lo que escribo y dibujo, pero me trampeo mucho, y con la ficción aún más. Mientras escribo utilizo máscaras para cubrir las emociones, la turbiedad. Son un disfraz, un lenguaje cifrado que encubre algo que tienes que ocultar», confiesa Sequeiros. Dibujar no le sirve de terapia pero en el tebeo utiliza «mucha carga psíquica» y sí «están todos los síntomas de la enfermedad» y sus «sombras», expresadas con «mucho metalenguaje y simbolismos», afirma quien ha colaborado en revistas como El Víbora o Primera Línea e ilustrado libros de José Luis Sampedro o las Hazañas eróticas del cuarentón hijoputa, con guion de Hernán Migoya.

Abundan en Romeo muerto la culpa y el pecado. «Los utilizamos para enmascarar una ausencia, algo que te hace sentir dañado. Es más consolador para mí echarme la culpa de algo que reconocer que tengo un agujero enorme en el pecho, un hueco que llené con alcohol. Desvías la atención para evitar enfrentarte al verdadero problema que te perturba el alma. Tengo ideas de dónde proviene pero aún trabajo con ese material. Creo que estoy buscando a un niño que se perdió a los 5 años». Quizá por ello, descubre, en La Mala Pena hay niños perdidos y niñas en manos del «hombre de los caramelos» y se plantea seguir con una nueva historia más policial sobre «temas perturbadores y sórdidos» como son los abusos y la pérdida de la infancia.

«Cualquier adicción es 50% autoengaño y justificación –asegura Sequeiros–. Te autoengañas buscando algo que justifique el consumo. Te dices que bebes para olvidar, o para ser más simpático, o para que la gente te quiera...». También autoengaño, recuerda, fue Nostromo Quebranto. «Por entonces ya bebía muchísimo y pensaba que era un tebeo sobre el vacío y la pérdida, y la Mala Pena. Pero años después vi que era sobre el alcohol. Había descrito sin darme cuenta la vida que llevaría después».