Iniciadas las variaciones del primer movimiento de la sonata beethoveniana, las credenciales de cómo iba a discurrir el concierto en su conjunto ya fueron presentadas: acercamiento pianístico maduro y sobrio, de enorme fluidez y naturalidad, un punto recatado en los acordes más percutivos pero abandonado al canto legato en los remansos líricos, donde nuestro pianista exhibió un exquisito control del peso de los sonidos.

Dicho esto, un breve apunte del programa. Para la víspera del primer aniversario de aquel primer confinamiento en la explosión inaugural de la pandemia, Perianes planteó cuatro obras cuyo denominador común era la inclusión de marchas fúnebres o músicas de requiem. O dicho de otra manera, músicas para expresar el dolor por la muerte ajena.

La Sonata 14 de Beethoven sonó contenida y cantabile de principio a fin. Destacaron unas variaciones iniciales perfectas y una dolorosa Marcia funebre sulla morte d’un Eroe que rehuyó, acertadamente, de los subrayados marciales más exaltados. El funeral como homenaje al caído por un ideal. La Sonata 2 de Chopin exigió más del pianista, quien no pudo evitar ligeras vacilaciones durante el desarrollo del primer movimiento. Aún así, tras un impecable Scherzo, Perianes se empleó a fondo en la célebre Marcha Fúnebre, planteada como corazón emocional de la velada, donde soltó fogonazos de dolor. Para el recuerdo, la sección lírica, cantada como la nana que cantaría una madre a su hijo moribundo. El funeral como el pesar del corazón ante la muerte presentida

En las dos piezas de Goyescas, punto álgido del concierto, Perianes demostró tener las obras en dedos, tal fue el nivel desplegado. ¿Serán estas piezas las que grabe en su programada visita a los estudios de grabación en Berlín? Los Requiebros fueron un verdadero juego de arabescos, y en El Amor y la Muerte, el dolor fue intenso y sincero. El funeral como expresión del dolor por la ausencia del otro. Góticos Funerailleslisztianos, planteados con un despliegue de medios apabullante, a los que sólo demandaríamos unos silencios más acordes a la gravedad y grandeza de la música. El funeral, en este caso, como antesala a la vida eterna en el infierno.

Gran concierto, con obras de enorme exigencia con las que Perianes nos confrontó con la dolorosa experiencia de la pérdida, y que fueron agradecidas con cerradas ovaciones. Esa es la grandeza de la música, decir con sonidos lo inexpresable, incluido lo más triste. Incluso, prefigurar la vivencia de la desaparición del yo, como hace el Finale de la sonata de Chopin. Pero desarrollar esto requiere de un espacio que aquí ya no dispongo.