Obra de cámara. Un espacio y dos intérpretes. Texto muy teatral. Escribe el guion y realiza impecablemente Sam Levinson (de casta le viene al galgo, hijo de Barry), gracias a unos diálogos y monólogos magníficos, filmada en su totalidad de noche con película tradicional Kodak, con un contrastado blanco y negro muy bien iluminado por el director de fotografía húngaro Marcell Rév, con movimientos (de actores y cámara) magistralmente coreografiados en largos planos secuencia.

Asistimos a todo un ceremonial de la crisis de una pareja, la que interpretan el enérgico John David Washington (también hijo de Denzel) y la magnética Zendaya, un pletórico cineasta que acaba de estrenar su película y su desengañada novia, después de haberla dejado fuera de la lista de agradecimientos en público. A partir de ahí, la lucha psicológica entre los personajes llegará a límites insospechados, al igual que la calidad de sus actuaciones.

El tiempo narrativo lo marca la espera de la crítica por parte del director. Mientras tanto, pasarán las horas mostrándonos la toxicidad de la pareja. El arco dramático fluctuará y la balanza irá de un lado a otro, según el peso dramático de cada secuencia, la lucha entre los personajes pasará de uno a otro con rapidez, de dominada a dominador y viceversa. Todo un juego de poder. La huella del gran John Cassavetes, maestro del cine independiente, está muy presente en esta producción. Aunque el distanciamiento está aquí más marcado, el director de Faces penetraba más profundamente en los rostros y las emociones de sus actores gracias al primer plano. No obstante, para despistar, el protagonista masculino cita otros nombres como los de William Wyller o Spike Lee.

Hay momentos de virtuosismo interpretativo, por ejemplo, la secuencia en que ella le demuestra ser mejor actriz que la que ha contratado. Virtuosismo en ese conjunto que es la puesta en escena y la puesta en imagen, convirtiéndonos en testigos de una noche dramática. Todo un ejercicio de estilo imponente. Un retrato de amor y odio, a partes iguales, como ocurría en ¿Quién teme a Virginia Woolf?