Julio Llamazares (Vegamián, León, 1955) presenta ahora su nuevo libro Primavera extremeña, un relato sobre la imposición de la naturaleza y la vida frente a la tragedia durante los meses del primer confinamiento que pasó en un lagar de Extremadura. A este "bálsamo", como él mismo se refiere a su libro, le acompañan unas delicadas acuarelas de Konrad Laudenbacher, amigo y compañero de algunos momentos del particular retiro que vivió el autor.

- En el libro repite varias veces lo privilegiado que fue pudiendo vivir el confinamiento alejado de la ciudad. ¿Qué siente ahora cuando mira atrás y vuelve a la primavera extremeña?

- Tengo la sensación de haber vivido y continuar viviendo una irrealidad, una pesadilla que no termina. Todavía me sigue ocurriendo y sigo reflexionando sobre los confinamientos, las medidas, la muerte, la tragedia. La primavera, aunque sigo volviendo a ella, se me ha quedado lejos. Este año ha sido tan intenso que parece que de todo hace mucho tiempo. Cuando vuelvo a los meses que pasé en Extremadura, al momento en el que dejamos Madrid o el día que volvimos, solo puedo pensar en lo duro que ha sido.

- ¿En algún momento le hubiese gustado no encender el televisor hasta que todo pasara?

- Me gusta siempre estar informado sobre lo que acontece. Meter la cabeza debajo de la tierra no va conmigo. Sí es cierto que procuro no permitir que la crisis ocupe mi día y mi cabeza, pero para mí es importante mantenerme informado. Es algo necesario y, sobre todo, es importante recordar que el derecho a la información es un derecho fundamental.

- ¿Cree que desde la distancia ha vivido usted la pandemia de una manera diferente?

- Por supuesto. He sido un privilegiado. Por mi trabajo puedo estar donde quiera y me he podido permitir alejarme de Madrid durante los meses más duros. Millones de personas no han tenido la misma suerte. La primavera que a la gran parte de la población le fue robada, a mí no. Hacía muchísimos años que no vivía una igual y pude vivirla desde el primer día al último. Al estar en mitad del campo, la naturaleza se me impuso. En Madrid, soy consciente de que no hubiera sido posible vivir la experiencia que viví. En las ciudades eres consciente del cambio de estaciones por el clima, pero cuando estás inmerso en el cambio de la naturaleza, todo es diferente. En este sentido, la pandemia me regaló una de las primaveras más bellas que recuerdo.

La belleza de la primavera, en mi caso, compensó la tragedia que nos rodeaba

- La naturaleza, protagonista indiscutible en su relato, sufrió cambios durante el retiro de las personas de la vida activa. ¿Cuáles fueron los que más le sorprendieron?

- Uno ya tiene una edad y ha vivido muchas primaveras pero hay una sensación que planea sobre todo el libro que es la capacidad que tiene la naturaleza de sanar a las personas. La belleza de la primavera, en mi caso, compensó la tragedia que nos rodeaba. Mientras contemplaba su esplendor, algunos de mis amigos fallecieron y otros estuvieron hospitalizados. La sensación que me queda es que a pesar de todo, la vida siempre continúa. La humanidad necesita de la naturaleza para poder subsistir y, sin embargo, la naturaleza no necesita a la especie humana para seguir viviendo, sino que sigue su curso.

Al comienzo, había un sentimiento sobre los madrileños de ser los apestados de la pandemia cuando no era así

- Como usted, fueron muchos los que emigraron de las grandes ciudades a pequeñas localidades o a la naturaleza. ¿Cree que hemos sido justos con los vecinos de los pueblos de España durante la pandemia?

- Ni justos ni injustos; cada uno decide lo mejor para sí mismo siempre y cuando respetes a los demás. Mi familia se trasladó a un antiguo lagar en el que no teníamos relación con la gente cercana salvo cuando bajábamos a comprar algún día con mucho cuidado y sin poner en riesgo a nadie. Creo firmemente que en Madrid poníamos más en peligro a nuestros vecinos que estando alejados de todo. Al comienzo, había un sentimiento sobre los madrileños de ser los apestados de la pandemia cuando no era así. Los madrileños somos gente de todas partes que intentamos vivir sin molestar. Al final, es una cuestión de respeto mutuo y de cumplimiento de las medidas sanitarias y las normas sociales que imponen las autoridades. La pandemia, como todo momento de crisis, saca lo mejor y lo peor de las personas, no solo en la relación campo-ciudad sino en todos los campos de la vida. Hay una crispación constante y una sensación de que la culpa es de los demás de que haya una pandemia. El intentar culpabilizar a alguien por sistema refleja una infantilización social.

Hay un choque entre dos sentimientos, el de la unidad y solidaridad y el de sálvese quien pueda

-“La España negra, que seguía ahí, empezaba a mostrarse sin disimulo aprovechando la crisis”, escribe en su libro. ¿Qué consecuencias políticas cree que tendrá la crisis del covid-19?

- Ya había una especie de terremoto político producido por la crisis económica que vivimos del 2008 al 2012, pero aunque parecía que estábamos empezando a superarlo, ha llegado esta nueva crisis. Mientras las cosas iban bien, había una especie de razonable convivencia en España, pero en cuanto las cosas han empezado a complicarse es cuando estamos viendo que ante el peligro de ruina sanitaria o económica, reacciona con virulencia y agresividad. Esta crisis ha sacado a relucir que hay un sustrato de una España que a mí no me gusta nada y que está muy presente ahora mismo.

-¿No cree, entonces, que la pandemia nos haya unido como sociedad?

- Hay un choque entre dos sentimientos: el de la unidad y solidaridad y el de sálvese quien pueda.