Antonio Orozco sale de un ciclo personal difícil con un álbum revitalizador, ‘Aviónica’, que espera poder presentar en directo la próxima primavera: en Barcelona, las citas son el 27 y 28 de mayo en el Sant Jordi Club.

-La canción que lanzó hace dos años, ‘Dicen’, con Karol G, apuntaba hacia un sonido rumbero-urbano que no se aprecia en el nuevo álbum. ¿No vio un camino ahí?

-Aquello fue el fruto de dos amigos que se juntan y generan algo que se convierte en una canción. Reflejaba un momento concreto. ‘Aviónica’ es otra cosa, más cerca del flamenco y en una dimensión distinta.

-¿En qué sentido?

-En el manejo de los ‘tempos’, del compás, y en su complejidad y su manera de contar las cosas, con más profundidad. ‘Aviónica’ es un reflejo de mis últimos tres, cuatro años; una época intensa y también vitalista. He sufrido tres pérdidas muy destructivas: la madre de mi hijo, mi productor y amigo [Xavi Pérez], y mi mejor amigo. Fue complicado superarlo. Lo más sencillo era volverse majara. Mi hijo me ayudó mucho. Entonces, este disco se basa mucho en la superación. Ahora esto sonará a tópico, pero el disco estaba ya listo antes del confinamiento.

-Se acoge a la metáfora del vuelo.

-La aviónica es el sistema electrónico que permite que la nave se sostenga. Y mi ‘Aviónica’ ha sido el público, que en los peores momentos me hizo sentir parte de algo que tenía sentido.

-Tira mucho de metáforas, sin concretar.

-La música te permite montarte tu propio viaje. Cada uno debe poder soñar como buenamente pueda. Si una canción cuenta algo preciso estaré poniendo puertas a la imaginación. Pero ‘Entre sobras y sobras me faltas’ está contextualizada: dice que cuando puedes pensar que lo tienes todo, te das cuenta de que te falta lo más importante.

-Habla de disparos y de puñales.

-La vida es así de hija de puta a veces, porque no avisa. Casi siempre es a traición lo que ocurre.

-En ‘A vuelos’ hay un juego de palabras.

-Los abuelos son los primeros que te enseñan a volar, los que te ponen las alas, y me parecía bonito hacerles un homenaje.

-Habla de compases flamencos, pero hay también un aparato pop electrónico muy corpulento.

-Cuando hablo de volar, me refiero a la parte emocional, de cuando uno siente que se levanta del suelo. Fuimos a buscar sonidos ‘dream’ de los 90, de cuando nos íbamos a bailar y teníamos aquellos subidones. La idea era trasladar ese sonido a este momento.

-Firma la producción con Jordi Culell, y da la impresión de que buscara una experiencia sensorial abrumadora.

-Había esa intención, ese punto épico. Jordi era la mano derecha de Xavi Pérez, y es muy bonito sentir que Xavi está todavía ahí. Ahora estamos ambos en la producción del disco de José Mercé, que es vertiginoso. José juga duro en este álbum. Llevamos dos años con él.

-Quiere una música que sea a la vez intimista y grandiosa.

-Es lo que pretendo. Un equivalente en la escritura sería García Márquez: minimalista y muy paisajístico.

-¿Ha hecho descubrimientos musicales determinantes en los últimos tiempos?

-Vivo con un adolescente que es un yonqui del hip-hop y del rap. Tiene 13 años y es un gran batería. Esa música me flipa: J. Cole es de lo mejorcito. También escucho mucho pop, desde el británico hasta Pablo López. Mis productores favoritos siguen siendo Brian Eno y Trevor Horn, que hizo una obra maestra en el segundo disco de Seal (1994), el de 'Kiss from a rose'.

-El álbum gira en torno a las emociones. La cuestiones sociales o políticas, ¿quedan fuera de campo?

-Ya me metí en mensajes políticos en ‘Cadizfornia’ (2006), y creo que en el nuevo disco está todo incluido, expresado desde otra perspectiva. Será la edad. Pero hay una canción, ‘La nana del camino’, que tiene que ver con eso. Y la mayor parte de las cosas que hacemos ahora son para ayudar a los que más lo necesitan, ya sea el Hospital Sant Joan de Deú o el de Bellvitge, donde grabamos una canción para ‘La Marató’, de TV3. Si ahora tuviera que hacer un disco sería más difícil, o imposible.

-Ante fuerzas mayores, ¿la música no es tan importante?

-No, sigue siendo lo más importante. Si no fuera por la música, no podría ayudar a nadie. Es el vehículo y el bálsamo. En estos momentos debemos asumir una saludable incertidumbre; ser capaces de entender que no sabemos lo que va a pasar.

-¿Ha logrado situarse en ese punto?

-Sí, porque soy marinero y cuando salgo a navegar casi nunca sé lo que va a pasar. En el mar uno aprende a vivir en cierta incertidumbre.

-Ante esa situación, ¿cree que el artista con proyección debe reordenar sus prioridades?

-En las artes tenemos la obligación de generar una conciencia global para ir todos en una misma dirección. Hoy en el sistema político todo el mundo quiere tener razón, y así la solución se aleja. Si te dedicas a insistir en tener la razón es imposible ayudar a los demás. Y ahora estamos delante del abismo, en todos los aspectos. No hay soluciones, ni acuerdos. Y mientras, los hospitales, llegando a cotas imposibles.