Almodóvar y Jean Cocteau. Algún día tenían que encontrarse. Similares sensibilidades a la contra en épocas distintas. El texto de Cocteau escrito en 1930, 'La voz humana', es tan bello como trágico: cuenta la dolorosa espera de una mujer, sentada ante el teléfono que no suena, aguardando en vano la llamada de su amante. Roberto Rossellini lo llevó a la pantalla en 1948, en uno de los dos episodios de 'El amor', interpretado de forma precisa por Anna Magnani. No menos sensible es el trabajo que realiza Tilda Swinton en la versión de Almodóvar. Es uno de esos textos-monólogo para lucimiento de una actriz, pero hay que hacerlo bien, realmente bien, porque es una pieza que desborda los límites del drama.

Almodóvar lo adapta libremente. Es fiel a su esencia, al personaje, a la trama, pero lo que hace con el espacio, con el decorado, con esa frontera difuminada en la pantalla entre ficción y realidad, es magistral. Amando a Cocteau, porque seguro que aprecia y estima al autor de Tomás el impostor y director de La sangre del poeta, uno de los polvorines de ideas de las vanguardias de las primeras décadas del siglo pasado, Almodóvar lo transgrede. Se sirve de él, de su texto doloroso sobre la perdida y la imposibilidad de conservar o recuperar al ser amado, para un admirable trabajo sobre el espacio escénico; el punto indeterminado entre el cine y el teatro.

LA ÚLTIMA DIVA VERDADERA

Swinton está sola en un plató cinematográfico aparentemente vacío. Pero después descubrimos que en ese plató se ha instalado un decorado, el del apartamento en el que vive el personaje. La cámara sale con Swinton una sola vez de ese escenario, de ese artificio de la realidad, para mostrarla a ella comprando un hacha y un bidón de gasolina en una tienda. Quien le atiende es Agustín Almodóvar, hermano del cineasta, productor del corto. Se dirige a ella en inglés sin saber que es extranjera. Se dirige a Swinton, quizás la última diva verdadera del cine contemporáneo.

Es solo uno de los muchos juegos entre realidad y representación que procura el filme. Después se encierra en el decorado en la noción no clásica del decorado y vamos viendo como Swinton se desplaza por el apartamento elegantemente amueblado, cambiando de ropa como cambiaba de vestimenta y colores la Joan Crawford de Johnny Guitar, hasta llegar a esa exaltación estética de estilos, con cazadora de cuero, zapatos de plataforma, camisa grunge y vestido de seda, cuando toma una decisión drástica sobre la espera inútil del amante definitivamente perdido.