El pasado sábado 3 de octubre, en el rostro de los ciudadanos que acudían a la exposición de la obra de Juan Serrano (Córdoba, 1929-2020) en el C3A, el Centro de Creación Contemporánea de Andalucía, se podían localizar evidencias de que ésta no era una muestra más. No es cualquier cosa en estos tiempos difíciles que vivimos. Había cola para acceder a la instalación inmersiva Alhambra, una suerte de habitáculo unipersonal que obliga al visitante a enfrentarse a sí mismo desde los múltiples ángulos provocados por su interior forrado de espejos. Según Amasce, el colectivo que ayudó a Serrano en la construcción de esta pieza, esta «obra síntesis» del arquitecto, explora las «posibilidades de manipulación del espacio cerrado, un experimento entre escultórico, plástico y arquitectónico», y puede provocar desde la sensación de refugio hasta la de desasosiego. Las geometrías que evocan el arte andalusí, tan arraigadas en el imaginario popular andaluz, pueden hacerte sentir en casa, o inquieto por su reflejo infinito. Los niños piden repetir al salir, como si de una atracción se tratase. La satisfacción en el rostro de su esposa, Anna Freixas, que el jueves pasado acudió a la inauguración en representación de Serrano, permite calibrar la importancia de que esta muestra haya llegado a tiempo.

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Algunos amigos de Juan Serrano fueron el sábado hasta el C3A, sabiendo ya del delicado estado de salud del artista que a sus 91 años seguía siendo un hombre inquieto, activo e implicado con el arte y la amistad. Juan Serrano era uno de los hombres más modernos de Córdoba. Sencillo, de figura ligera, elegancia en el ritmo y palabra sosegada, el también escultor y pintor fue el artista de la colectividad.

En los años 50 del siglo XX, cofundó en París Equipo 57, después de que Jorge Oteiza pusiera en contacto a un grupo de españoles que estaban pintando en la capital francesa. La visita a Córdoba de Oteiza en 1953, de la mano de Rafael de la Hoz para su intervención en la Cámara de Comercio había activado previamente una fructífera conexión entre el artista vasco y los entonces jóvenes artistas cordobeses. En París, estos se dedicaban a pintar «con brocha gorda», como recordaba el propio Serrano en una entrevista en diciembre de 2016 en la revista 17, Un análisis del estado de la Cultura en Córdoba. Como mucho de lo que ocurre en Córdoba, llegado el reconocimiento en el exterior, la ciudad también supo de este grupo de artistas que apostó por la colectividad en el siglo del yo; la colectividad para «subvertir desde el arte el orden que tenemos» y su apelación a utilizar la «alegría» para mejorar la ciudad. El arte para «mejorar las condiciones sociales de la gente».

La huella de Juan Serrano

Hay quien busca en los arquitectos la huella física, la obra cumbre, el puente, palacio o edificio que representa su mejor trabajo. O los premios, como los que recibió: el de Arquitectura Félix Hernández, la Medalla al Mérito en Bellas Artes junto al Equipo 57, la Medalla de Andalucía o la Medalla de Córdoba. La obra de Equipo57, su iniciativa de diseño de muebles para montar uno mismo como precursores de Ikea, su trabajo como arquitecto municipal, la retrospectiva de 2011 que mostró 70 obras realizadas entre 1985 y 2005 en las salas Orive y Vimcorsa, o su visión contemporánea al frente de la Asociación de Amigos de Medina Azahara, más recientemente. Todo queda ahí, en el haber de la ciudad, pero en el caso de Serrano, su obra es su legado, a modo de semilla, entre los artistas que tuvieron el privilegio de estar cerca de él. Para Serrano, «el arte es una investigación continua, la búsqueda de la verdad y la autenticidad». «Esa dignidad quiero adjudicársela al arte para enfrentarlo a una sociedad que va degenerando, que está humillada y políticamente manejada, donde el consumo es la regla y la norma», decía. Para este arquitecto, escultor y pintor «la obra de arte no puede tener sentido como obra de arte si no está produciendo efectos transformadores».

En París, fue precisamente un manifiesto contra las galerías, los marchantes de arte y los premios lo que les abrió las puertas de la de Denise René, galerista de una familia judía «con mucha implicación política». En ellos, según contaba Serrano, vieron a «exiliados españoles, gente revolucionaria». Cuando los cuadros iban a venderse, se encontraban con el hándicap de no tener una única firma. Era el Equipo 57 quien firmaba.

Serrano proponía el arte para «subvertir el orden que tenemos» y «usar la alegría para mejorar la ciudad»

Su mirada reflexiva hacia el mundo también le empujó a cuestionar la ausencia en Córdoba de un «planteamiento realmente serio sobre el arte, transcurre el tiempo y estamos muy a gusto con esta especie de falta de dinamismo». El equipo concebía el arte para transformar, para «construir la vida individual y colectiva», también como «escapatoria», pero lo importante es «construir tu vida como una obra que tenga sentido, que en tu corto periodo disponible hayas provocado situaciones de mejora, aunque sea mínimamente», decía.

¿Y cómo hacer que el arte cambie la sociedad? Según Serrano el camino no era desde luego convertirlo en un objeto de consumo, sino por ejemplo generar estructuras locales de creación. Quien ha tenido la oportunidad de compartir con este artista tiempo suficiente para vivir su propuesta, ha podido constatar cómo han fecundado a su alrededor la inquietud de otras generaciones y la alegría. La alegría, como su sonrisa cuando repetía la anécdota del encuentro que tuvo junto a José Duarte con Pablo Picasso en Francia y cuya prueba fotográfica ilustra este artículo. Tras lograr ser recibidos por Daniel Henry Kahnweiler, el marchante de Picasso, éste les dijo que el malagueño estaba en Vallauris donde organizaba una corrida de toros. Allí llegaron, fueron confundidos con novilleros, lograron meterse en la plaza, donde Picasso probaba un micrófono para el espectáculo, Serrano saltó al ruedo al ver al mito en el centro y le dijo: «Picasso, que yo soy pintor español» a lo que Picasso respondió: «yo también». Luego compartieron un día de playa, visitaron su estudio y almorzaron junto a él y les hizo unos dibujos en una postal. Una historia que Juan repetía entre risas cada vez que alguien le pedía que se la contara.