Tras casi diez años firmando las críticas de música clásica en este periódico, durante esta temporada de abono de la Orquesta de Córdoba acudiré a los conciertos vestido de paisano: Curro Crespo, arquitecto y melómano de fuste, nos entregará las críticas que yo ya espero ávidamente. Yo, entretanto, podré llegar al patio de butacas sin libreta ni estilográfica, dispuesto a abrirme de orejas y entregarme, inconscientemente, a lo que ocurra en la siguiente hora y media. Bárbaro.

He de reconocer que, cuando un buen amigo me repitió por tercera vez delante de un vermut que yo podría probar a escribir las críticas de clásica para el Diario CÓRDOBA, yo le espeté, sabiendo que no había bebido nada antes: «¡Tú estás como una maraca!». Y quiero agradecerle a él, buen músico y amigo, su fe en mí al haber mencionado mi nombre para el puesto. He de reconocer que tuve vértigo desde el primer artículo, que en la gran mayoría de las ocasiones en las que me senté a escribir pensé que esa era la última vez que lo hacía, que las dudas me han acompañado siempre. Y quiero agradecer a mi mujer, María Antonia, su apoyo y su entusiasmo inagotables en todos y cada uno de esos momentos. He de reconocer que al principio solo me atrevía a narrar lo que ocurría, dando crónica por crítica, hasta que, con el tiempo y la práctica, me impliqué personal y emocionalmente. Y quiero agradecer a las responsables de la sección de Cultura del periódico su paciencia y comprensión en mi aprendizaje y mis errores.

He de reconocer que -aunque he intentado ser razonado, riguroso y honesto en mis opiniones-, me equivoqué en ocasiones, que he reconocido públicamente mis errores, y que he recibido algunas reacciones en contra de mis críticas en forma de misiva apocalíptica más apropiada para un miembro del ISIS que un crítico de música. Y quiero agradecer el debate y el interés a quienes me han hecho conocer sus discrepancias con razonamientos y educación, ensanchando mi perspectiva.

He de reconocer que hubo temporadas difíciles en las que publiqué artículos ásperos que me erosionaban, que hubo otros muchos buenos momentos en los que disfruté escuchando y escribiendo, en los que las palabras surgían fáciles y generosas. Y quiero por ello agradecer su labor impagable a los músicos a los que hemos escuchado, en especial a aquellos -con la Orquesta de Córdoba al completo en primer lugar- que me han emocionado, sobrecogido, apaciguado, enfervorecido y, en algunas ocasiones, casi vaporizado (en física, el paso de sólido a gas se llama sublimación).

He de reconocer que, aunque al principio estaba convencido de que solo leían mis artículos mis diez allegados más próximos, al encontrarme con lectores que se me acercaban a la salida de los conciertos para departir sobre lo que yo había escrito o sobre lo que habíamos escuchado, me inundó una sensación de responsabilidad y aprecio a mis lectores -a los que yo he imaginado siempre algo extravagantes, por el hecho de serlo-.

A ellos, a ustedes, quiero mostrar también mi agradecimiento: si mi esfuerzo y la desnudez con la que me he mostrado al escribir sobre mi mayor pasión han tenido sentido, es porque ustedes se lo han dado. Muchas gracias. Y mucha música, siempre.