Algo tan sencillo como organizar un desfile de modelos entre amigas, dentro de un campus universitario, puede convertirse en algo demasiado peligroso si nos encontramos en Argel durante los años 90. También ir en un taxi, vestidas y pintadas de fiesta, en plena noche puede ser un deporte de alto riesgo si les para la policía para preguntarles de dónde venís… Este es el entorno en que vivía y ahora sitúa la historia de su primer largometraje de ficción (inspirado en hechos reales) la directora franco-argelina, nacida en Moscú, Mounia Meddour.

Papicha, sueños de libertad es toda una reflexión sobre el precio tan alto que se paga por la libertad en regímenes como éste en que, con la excusa de los motivos religiosos, se cometen verdaderas atrocidades por parte de los fanáticos. Ha sabido muy bien, Meddour, poner en escena los actos violentos que aparecen puntualmente en determinados puntos de inflexión del relato, culmen de la atmósfera de opresión que forma parte del ambiente general del filme, con un excelente uso del fuera de campo y una narración (también es coguionista) perfectamente engrasada. La protagonista (una interpretación soberbia de Lyna Khoudry) es una joven de 18 años que sueña con ser diseñadora y que no quiere abandonar su país para hacer realidad su vocación. Sin embargo para ello tendrá que enfrentarse a lo peor, después de que un terrible suceso desencadene la acción posterior y la empuje a organizar una muestra que despertará la ira de los radicales, cuya única obsesión es cumplir la ley que no autoriza otro vestuario para la mujer que el niqab, o sea, tapadas de cabeza a pies y de negro. La película, intensa y conmovedora, está filmada con brío, describiendo muy acertadamente el entorno en que viven este grupo de mujeres que intentan permanecer al margen de los abusos y el horror.

La cinta, muy recomendable, obtuvo el César a la mejor ópera prima y actriz revelación, así como el premio del público y mejor director novel en la Seminci de Valladolid.