Manolo García ve en estos tiempos el presagio del ocaso de una era, y lo refleja en El fin del principio (Aguilar-Penguin Random House), un libro de poemas e ilustraciones en el que plasma sus inquietudes en torno al humanismo y la ecología.

-Escribir poemas o letras de canciones, ¿representa estados mentales distintos?

-Para mí son idénticos. La poesía está maridada con la música. La tradición que va de Allen Ginsberg a Bob Dylan. A la vez, la poesía por sí misma siempre estará viva, porque siempre habrá gente escribiendo cosas bonitas que nos harán reflexionar, viajar, volar, ser libres... El poeta maneja una nave cósmica, porque la poesía es un viaje interplanetario, aunque estés en el sofá de tu casa o yendo en tren de Barcelona a Lleida.

-Viaje cósmico, pero con un «cable a tierra», dice en el libro. Y en las dedicatorias se dirige a sus padres y a sus abuelos «labradores».

-Es que los humanos hemos ido soltando anclas y nos hemos puesto un poco chulitos, de espaldas a la naturaleza, que ha sido la madre y nos ha dado de comer hasta ahora. Ahora nos dan de comer las multinacionales cárnicas, y se olvida lo más importante. Ya se habla de robots que te sirven el café. Alguien tendrá que poner cariño al día a día, y las máquinas no van a hacerlo. Mis abuelos, lo más tecnológico que conocieron fue el botijo y el azadón.

-Los avances tecnológicos han traído ventajas.

-Pero ha ido todo muy deprisa y estamos un poco deshumanizados. Somos una tribu planetaria muy grande y mal conducida. O miramos lo que estamos haciendo o esto irá por una vía muy rara y muy violenta. Lo del racismo en Estados Unidos es muy grave, pero detrás hay otro problema, la masa echándose a la calle y esa rabia por la desigualdad social. Y cuando veo lo del coronavirus y los comedores populares... Los políticos deberían poner rodilla en tierra y pedir perdón, y decirnos: «No tenemos que hacer comedores populares, sino redistribuir la riqueza y cuidar a toda la ciudadanía». A mí me pueden pedir el 90% de impuestos, me parece bien. Yo lo doy todo, pero no puedo soportar ver a gente sufriendo y los políticos peleándose e insultándose.

-¿A qué políticos se refiere?

-Hablo en general, a partir de lo que ves en la televisión en España, en Estados Unidos, en Francia... Al libro le puse este título, El fin del principio, porque para mí el principio de este mundo nuestro se está acabando. Está empezando la segunda parte. Los científicos nos dicen que el planeta se está calentando y deberíamos encarar las cosas de otra manera o esto se complicará. Somos la primera generación de humanos que tiene la oportunidad de hacer un mundo habitable. Yo no soy científico; soy un animalito sensible. A veces, contento, a ratos un poco angustiado porque al vecino se le ha muerto la madre y aquel otro está en la UCI. Ves que en Alemania hay 28.000 respiradores y en España solo 4.000, y piensas: «¡Pues yo pago impuestos!». Y ante eso, hago poemas.

-En el libro hay textos aromáticos y oníricos, pero también cabreo.

-He crecido en el mundo barcelonés de la contracultura: Makoki, El Víbora... De cuando a los cómics se les llamaba tebeos. Y la poesía puede ser dulce y acaramelada, o tener mala leche. A mí me gusta el poeta Manuel Vilas cuando se pone guarro y cabrón, y Dylan cuando parece que escupa. La poesía como «arma cargada de futuro», que tiene la capacidad de hacerte ver que estás despierto, que esto no es su sueño, que es la realidad.

-El libro de poesía no es un objeto de masas. ¿Se vería como rapsoda, buscando el cuerpo a cuerpo con el ciudadano?

-Sí, sin la guitarra, sin cantar, claro que lo haría. Me lo han planteado en la editorial: «¿Tú leerías poemas?». Y sí, me encantaría. Yo soy de los que van a las librerías cuando un escritor presenta un libro o da una charla. Cuando quede claro lo de las distancias me lo plantearé. Ir a una librería, hablar un poco, leer unos poemas, hacer una performance... Sí, me apuntaría. Ya he hecho algo así en video, leyendo algún poema con el móvil.

-Los poetas a veces han envidiado la proyección de los cantantes y han agradecido que hayan musicado sus textos para darlos a conocer a audiencias más grandes. Usted parece que haga el camino inverso con este libro.

-Tengo asumido que el público de poesía es minoritario, y si tuviera la intención de vender mucho escribiría historias escalofriantes, disparatadas, y utilizaría un lenguaje duro, hablando de sexo, de vampiros... Podría hacerlo perfectamente. Pero yo quiero escribir para llenar mis días, igual que cuando leo o hago conciertos. Si somos 10.000 o somos 300... Por eso Dylan sigue con su gira interminable, porque piensa: «¿Dónde estaré mejor que aquí?». El otro día veía el documental de la Rolling thunder revue, con Joan Baez, y tenía una mirada de loco, pero de loco feliz, y eso mola. Yo cuando veo fotos mías con El Último de la Fila o con Los Rápidos, yo estaba salido de madre siempre, porque siempre he sido así, porque de la vida lo que quiero es la luz, no la oscuridad. El otro día, me paró un guardia urbano y se puso a chillar porque debí hacer algo mal con el coche, no sé, y le dije: «Oiga, por favor, cálmese...», y me acabó mirando con cara de «vale, igual me he pasado un poco». Si tengo la oportunidad de pintar, de cantar con la gente, yo soy feliz. No me metí en esto por dinero. Me ganaba muy bien la vida trabajando en una multinacional de la publicidad, J. Walter Thompson, y salí de ahí porque la música me podía más, y la búsqueda de un mundo fantástico. Hay algo ahí que te arrastra. ¿Por qué renunciar a ello? No se puede. Es un regalo de los dioses.

-Así como los poemas del libro hacen referencias al estado del mundo moderno, las ilustraciones tienden a realidades mitológicas, de ensueño.

-Sí, el surrealismo me tiene pillado porque es libre. Los paisajistas dejaron un legado magnífico, pero ahí un árbol es un árbol, y en el mundo surrealista, desde Dalí y los franceses, y Picasso en ciertos momentos, te dan la puntita de la cola de un cometa que te pilla y te lleva arriba. Es un mundo de sorpresa. Como el de Eduardo Arroyo. Gente que tiene esa capacidad de crear mundos. Eso tiene un mérito enorme. Sorolla y Fortuny están entre mis favoritos desde crío, pero los surrealistas tienen un plus para mí.

-El 3 de julio publicará ‘Acústico, acústico, acústico’, disco y DVD de su última gira. ¿Qué sacó en claro de ese regreso a los escenarios reducidos?

-Yo soy un experto en eso: cuando comencé con Los Rápidos, y luego Los Burros, y El Último de la Fila, tocábamos en el Boira o en el Karma. He hecho de todo, tengo esa suerte: también cantar en el Camp Nou. Lo que no quiero es estar en casa, ni salir, decir «bona nit» ante 20.000 personas y coger el dinero y correr. Ahora estoy haciendo un nuevo disco de estudio y quizá el año que viene pueda publicarlo y salir a la carretera. Y si en lugar de hacer veinte conciertos, tengo que hacer cien, mi grupo y yo seremos felices.

-¿Podremos verle este verano en conciertos para 400 o 800 asistentes?

-Eso no, porque mientras la gente tenga que estar con distancias entre las sillas, o metida en un coche, no quiero hacerlo.