En este extraño momento de nuestra vida, con la incertidumbre de futuro que a todos nos acecha, Córdoba no podrá celebrar de manera presencial los noventa años de la muerte de Julio Romero de Torres. Pero desde mi casa -en la que trascurren los largos días de este estado de alarma sanitaria que nos tiene consternados- quiero rendir mi personal homenaje a un pintor que ha sido eje de una parte importante de mi vida personal y profesional.

La muerte de un pintor: Julio Romero de Torres, y la consternación de una ciudad: Córdoba, nos evoca que la tradición y algunos contemporáneos citan como sus últimas palabras: «Quitadme esa luz tan cruda. Me hace daño. Además, estropea la que llega del jardín, tan suave». Sean ciertas o no, la luz del jardín de su casa anexa al Museo de Bellas Artes, donde su familia vivió entre 1862 y 1991, preside su vida, está presente en muchas de sus pinturas y bien pudo acompañarlo la tarde del sábado 10 de mayo de 1930 cuando fallece, poniendo fin a su continua presencia en el museo al instalarse la capilla ardiente en una de sus salas, rodeado de pinturas de Antonio del Castillo, de su fiel galgo Pacheco y de innumerables coronas de flores.

La tradición cita como sus últimas palabras: 'Quitadme esa luz tan cruda. Me hace daño. Además, estropea la que llega del jardín, tan suave'

Al día siguiente, Antonio Machado escribe a Pilar Valderrama, su idolatrada Guiomar: «Acabo de tener la triste noticia de la muerte de Julio Romero de Torres. Era un buen amigo nuestro, un gran artista y un hombre de bondad extraordinaria. Lo conocí en Córdoba hace muchos años, viajé con él por aquellas tierras cuyas mujeres él supo pintar mejor que nadie y gocé con sus triunfos de pintor. Era el artista más modesto que he conocido. Él asistió a todos nuestros estrenos. La última vez que lo vi fue el día de nuestra fiesta por La Lola. Tenía el alma de un niño… Su pintura, sin embargo, quedará».

Su vida tiene un significativo colofón en una emotiva convocatoria «A todos los obreros. Compañeros: Julio Romero de Torres, insigne trabajador, eminente obrero del arte, gloria de Córdoba, ha muerto. Honrrémonos los trabajadores acompañando sus restos desde la plaza del Potro a su última morada, hoy, a las cuatro de la tarde. A los que no les sea posible abandonar sus tareas con tiempo, les aconsejamos marchen desde el trabajo a incorporarse a la manifestación de duelo con el honroso uniforme de productor. Os espera, camaradas todos, la comisión de régimen interior de la Casa del Pueblo. Córdoba, 12 de mayo de 1930». Convocatoria en línea con sus ideales, pues cuenta Montero Alonso que poco antes de morir leía páginas de Lenin y Trotsky, pasión por escritores rusos que le llevó a leer también a Tolstoi y Dostoyevski.

El cortejo fúnebre sale del Museo de Bellas Artes y recorre las calles de Córdoba «a hombros de los obreros cordobeses… Desde los balcones hay un constante caer de rosas y claveles sobre el ataúd» y al llegar a la Plaza del Cristo de los Faroles, a la puerta de la iglesia de los Dolores, Cristeta Goñi, Carlos Gacituaga y Rafael Gan interpretan La Rêverie de Robert Schumann. En un sencillo mausoleo, a modo de sarcófago clásico, descansa junto a su familia en el cordobés cementerio de San Rafael.

El impacto social de su muerte tiene honda repercusión en Córdoba: se cierra el comercio, se suspenden los espectáculos públicos y las clases en los colegios oficiales, le rinden homenaje chóferes de alquiler de vehículos, «modistillas», alumnas del colegio de Santa Victoria y numerosísimos paisanos lloran desconsolados, pues su muerte, su cortejo fúnebre y su entierro representan el pesar de una ciudad que a duras penas asimilaba la desaparición de su idolatrado pintor. El suceso tuvo amplísima repercusión en la prensa: la capilla ardiente, numerosas esquelas, el cortejo fúnebre, el funeral en la parroquia de San Francisco, el entierro, quiénes asistieron a estos actos, homenajes, listados de personas e instituciones que enviaron pésames, quién enviaba corona de flores o cuantas de éstas se llegan a depositar sobre el ataúd. Y numerosos amigos escriben sus sentimientos como Vicente Orti Belmonte, Ricardo Baroja, Juan Carandell o alumnos de la Escuela Nacional de Pintura. Textos que se pueden resumir con el poema Ante el cadáver de Julio Romero, dedicado por Antonio Arévalo el 12 de mayo, publicado en el Diario de Córdoba del día siguiente:

"Aquí tienes, maestro, a tus amigos/los que en tiempo de lucha te siguieron,/los que tu gran valer reconocieron/y de tu abnegación fueron testigos./Aquí nos tienes: en tu diestra mano/todos tenemos fija la mirada:/la diestra, por el Arte consagrada,/que siempre nos tendías como hermano./Aunque tu cuerpo está rígido, inerte,/nuestro cariño triunfa de la muerte./Pues aunque, sin piedad, la parca fría /te llevó a las regiones de lo ignoto,/está más fuerte aún, que no se ha roto,/el lazo fraternal que nos unía".

O La corona sentimental de Francisco Arévalo publicada en el Diario de Córdoba del 14 de mayo que comienza: "Cuando era la madrugada/ vino a llamarme un lucero:/Córdoba está consternada/ que ha muerto Julio Romero…".

La trascendencia de su muerte la manifiestan numerosas anécdotas, una de las cuales relata cómo José Estrada y Estrada, Ministro de Justicia y Culto, se encontraba en Córdoba para acudir a una fiesta en el campo. En la estación de tren conoció la muerte del pintor, aunque excusó su asistencia al entierro por tener un despacho con el Rey al día siguiente, pero a instancias del alcalde y del gobernador cancela la cita real para, en nombre del Gobierno de España, presidir el cortejo fúnebre y el entierro.

Tras la muerte, en una ciudad y con una familia aún colapsadas por el sentimiento de la pérdida, en el Acta del Patronato del Museo de Bellas Artes de 22 de julio de 1930 «manifiesta el Sr. Romero de Torres (Enrique) que la Sra. Viuda y los hijos de su hermano, han acordado no vender ninguna de las obras que este ha dejado al morir, a pesar de los muchos y valiosos ofrecimientos que les hacen para adquirirlas; pues sus deseos son reunirlas todas y como ofrenda a Córdoba, su patria que él tanto amó dejarlas depositadas en este Museo (de Bellas Artes)», donación que posteriormente dio origen del Museo Julio Romero de Torres.

Su memoria perdura en la ciudad y el 22 de mayo de 1940 se inaugura el monumento al pintor, cuyas imágenes se recogen en una película de Julián Torremocha, documento gráfico excepcional que contiene algunas de las pocas secuencias visuales en las que aparece el pintor leyendo y pintando y una interesante visión alegórica de su muerte cuando Córdoba entera acusa su pérdida, banderas a media asta, campanas tocando a duelo, colgaduras de luto en los balcones y flores que simbólicamente caen de sus ramas en primavera, serán elementos que se completan con el fundido de la imagen de unas jóvenes que truecan sus alegres trajes de flamenca por un atuendo de riguroso luto en el patio del museo. Detalles coincidentes con el texto de Marcelino Duran de Velilla en el décimo aniversario de su muerte: «La primavera trocó su alegría en luto, sonaron los bronces de las altas torres con acento más lúgubre que nunca y las mocitas cordobesas, transidas de pena, se asomaban tímidamente a las ventanas floridas y regaban con lágrimas las gitanillas y los claveles, que les servían de dosel para mostrar sus rostros hechiceros. Había muerto Julio Romero». Ha muerto Julio Romero es el título del poema compuesto por José Ojeda y recitado en la película por González Marín con música del maestro Braña y que quizás fueran los únicos elementos sonoros del documental de Torremocha.

«Murió en mayo, flotaban en la fuente los últimos azahares», así termina mi querido Pablo García Baena su poema Romero de Torres (titulado posteriormente El pintor), en el que evoca a su admirado paisano en uno de los poemas de su trilogía Plaza del Potro. Julio Romero de Torres.

* Directora del Museo de Bellas Artes de Córdoba entre 1981 y 2012