Tres mujeres de contundente trayectoria y sustancioso currículo se reunieron ayer en la Casa Árabe bajo la batuta moderadora de otro peso pesado del saber, la escritora y doctora en Psicología --y catedrática jubilada de la UCO-- Anna Freixas, en una mesa redonda que parecía titulada al viento: Hablando entre arqueólogas. Así se llamaba la charla organizada por la Asociación de Amigos de Medina Azahara, en el marco de los actos que todos los estamentos, y también el mundo de la cultura, celebran ante la proximidad del 8M, Día de la Mujer.

Hablando entre arqueólogas era un supuesto inicial tan abierto como sugerente: hablemos de nosotras, hablemos de nuestras experiencias, hablemos de nuestros referentes.... Y hablemos de si existe o no una «arqueología feminista», entendida no como una forma distinta de trabajar (que también) sino como una mirada diferente a la hora de interpretar los hallazgos arqueológicos. Al igual que ya se acepta que existe un «urbanismo feminista», y que tiene una clara razón de ser, pues sus conclusiones y sugerencias harían ciudades más habitables y seguras para las mujeres, pues de la mirada de una arqueóloga o arqueólogo que tengan esa sensibilidad se pueden averiguar sobre el pasado aspectos más amplios, y muy especialmente, el protagonismo de la mujer, tan olvidado, en la creación de los entornos urbanos y artísticos que descubren los investigadores o que paseamos las generaciones actuales en nuestras ciudades, iglesias, museos y edificios públicos. Las tres arqueólogas que se reunieron ayer son María Dolores Baena, directora del Museo Arqueológico de Córdoba, Camino Fuertes, doctora arqueóloga de la Junta de Andalucía y actual coordinadora de los enclaves de Ategua y Cercadilla (Córdoba) y Munigua (Sevilla) y Ana Zamorano, de larga experiencia en Medina Azahara y actualmente presidenta de la Asociación de Amigos del yacimiento.

Hablaron, ante una sala llena de un público que luego prolongó una hora el debate, de cómo las mujeres, desde las damas íberas o romanas hasta las actuales, han tenido un papel determinante en la construcción de las ciudades, de aquellas que «ejercieron el matronazgo» con estatuas, templos, pórticos, teatros, termas, conventos, mezquitas, cementerios, palacios y hospitales. La lista es larga, pero sus nombres no están en ninguna calle, ni se recuerdan. Y hacerlas visibles, coincidieron, no es una cuestión de feminismo, sino de justicia: son la mitad de la población y han estado construyendo la historia.