En su tercera película, ‘Monos’, Alejandro Landes propone una experiencia cinematográfica tan incómoda como radical introduciéndonos en las entrañas de la selva colombiana de la mano de un grupo de jóvenes guerrilleros para componer una sugerente fábula sobre la violencia como motor de la animalización del hombre.

El conflicto paramilitar es un tema muy delicado en Colombia. ¿Cómo surge ‘Monos’ y qué quería contar a través de ella?

Vivo en un país que lleva casi sesenta años de conflicto y yo todavía no había visto una película que me llevara no solo al corazón ideológico y político, sino también al humano del asunto. Pero es algo que va más allá de la propia Colombia y por eso me centré en un grupo de jóvenes que están en esa etapa en la que se es mitad niño y mitad hombre para hacer un juego de espejos entre la adolescencia y la guerra.

Hay una especie de indefinición en cuanto a lugar y personajes. No sabemos las intenciones de este grupo, ni quiénes son, ni qué es lo que se proponen.

Sí, buscaba ese concepto de no lugar, un espacio negativo en el que predominara la idiosincrasia y la iconografía de los ejércitos ilegales, pero que no se supiera mucho más, porque en una guerra termina por difuminarse todo, incluso los conceptos de bien y mal. No se sabe si estás en el pasado o en el futuro, si es el paraíso o el infierno, una utopía o una distopía. Quería romper con el concepto binario de la vida, izquierda, derecha, hombre, mujer. Todas las fronteras, tanto mentales como físicas, se difuminan.

Da la sensación de que quiere volver a lo primitivo, a las sensaciones más atávicas.

A lo esencial y elemental. Convivir, ser amados, pertenecer a algo, ser víctima o verdugo, son preguntas que tienen que ver con el estado natural del hombre y que se encuentran plasmadas en la filosofía desde Thomas Hobbes y que apuntan en la cultura popular hacia muchas direcciones como el Gran Hermano. Se trata de cuestionarnos como especie.

Dentro de eso también se encuentra la violencia, ¿cómo quería plasmarla?

En ‘Monos’ no sabemos quién es el contrincante porque en realidad la batalla está dentro de ellos mismos. Vemos a ese grupo, cómo se va fragmentando, cómo se van rompiendo y componiendo alianzas, las luchas de poder que se establecen. Es una violencia física, pero también abstracta.

Se ha comparado a la película con ‘El señor de las moscas’. ¿Ha manejado más referencias?

Es inevitable compararla con ‘El señor de las moscas’, pero no era una influencia fundamental para mí como, por ejemplo, ‘Buen trabajo’, de Claire Denis o la rusa ‘Masacre: Ven y mira’, de ElemKlimov. También era importanteel elemento 'coming-of-age', y me sentí muy cercano a ‘Gummo’, de HarmonyKorine. También a la fotografía de Robert Capa.

¿Cree que el cine es cada vez más acomodaticio y que los espectadores necesitan películas que les saquen de su zona de confort?

Yo busco una experiencia sensorial, no solo cerebral. Quiero que mis películas sean de piel, de estómago. El cine que me gusta se aproxima a la idea que decía Buñuel de soñar despierto, donde no se apela a la lógica, sino al subconsciente.