Existen muchas formas de lavar una afrenta. En mi pueblo natal, lo que hacía la parte agraviada era presentarse en la casa del otro (la amenaza sé donde vives es redundante), acompañado de lo peorcito de su peña, picar al timbre, esperar a que el otro fuese tan estúpido como para bajar (o su madre tan crédula como para creer que los quinquis que se agolpaban bajo el balcón eran amigos del hijo), y entonces zurrarle la badana. Descendiendo en la gradación estaba: soltar taburetazo avieso en colodrillo, puñetazo en napia, robar novias con malas artes, esparcir infamias ultrajantes (casi siempre de contenido homosexual; eran tiempos violentos), grafitear lavabos de bares o tapias con teléfono del enemigo e imaginativa propuesta de favor sexual al lado (eran tiempos etc.), realizar llamadas anónimas (pinza en nariz) a horas intempestivas, robarle los cromos al hermano menor del enemigo, y un largo etcétera.

Pero lo que nadie hizo nunca, bajo ningún concepto, fue escupir. Oh, Dios, no. Escupir es para vecinas repelentes de cinco años, con falda plisada y madre opusiana. Escupir es lo que hace el paje artero en las películas de espadachines, porque no tiene lo que hay que tener. Escupir es lo que hacía Salvatore, el monje deforme y salido de 'El nombre de la rosa', cuando le pillan sacudiéndosela con un pollo negro (o algo así). Escupir a la cara solo está permitido si eres un soldado inglés, prisionero de los japoneses, y te están sujetando entre seis y el despiadado oficial del campo acaba de exigirte que delates a tus compañeros de batallón.

ADULTERIO

Richard Ford, huelga decir, no se hallaba en esa tesitura cuando, en el 2003, hizo lo que hizo. Estaba en un copetín literario rodeado de tiralevitas y cursis varios, y topó de narices con el novelista afroamericano Colson Whitehead, propietario de los dreads trenzados más Milli Vanilli a ese lado del Pecos. Colson, pese a su blandura capilar, había escrito duras verdades sobre 'Pecados sin cuento' en el 2001 para el 'New York Times': casi todas las historias tratan sobre el adulterio, invariablemente en una de dos etapas: en los días de canícula de una aventura, o después de una aventura. Los personajes son casi indistinguibles. Si fuera epidemiólogo, diría que algún tipo de epidemia espiritual ha comenzado a afectar a los profesionales blancos de clase media alta".

A Ford esa dosis de verdad sin 'ginger-ale' le corroyó el cuerpo de la cavidad rectal 'parriba', y decidió darle su merecido allí y entonces. El autor ya tenía experiencia en responder a malas críticas con acciones ridículas: cuando Alice Hoffman, años atrás, dejó mal 'Independence day' en el 'NYT', Ford agarró el último libro de la autora, lo llevó al patio trasero, le pegó un tiro y se lo envió a la susodicha. Uuuuuuh, Ford. Eres implacable. Seguro que la Hoffman no volvió a escribir, tras recibir tu castigo. ¿Soy yo o esta es la venganza más gelatinosa y tibia jamás realizada en la historia del odio humano?

SALIVA DE VIEJO

La cosa es que, en la fiesta, Ford no disponía de ningún libro de Whitehead que llevar al patio y disparar, luego andar a correos y enviar certificado, así que se plantó delante del adversario y, tras pronunciar un 'diss' 100% abochornante ("'Youre a kid, you should grow up'"), amasó algo de saliva de viejo y le escupió en el jeto.

¿Y qué respondió Whitehead? (les aconsejo que no le jaleen aún). Se lo contaré con una anécdota: una noche de 1990 unos amigos mods y yo nos metimos por error en un bar de motoras llamado Siete Leguas. Al poco se lio tangana, y estábamos ya en la calle, aferrados a cuello ajeno, dando o recibiendo (yo recibí), cuando uno de los nuestros le soltó al tupé que acababa de borrarle los rasgos: Tío, yo te admiro!. Como comprenderán, fuimos incapaces de seguir zurrándonos tras aquella risible y vergonzante claudicación tribal. Pues bien, Colson Whitehead, que podría haber lanzado a Ford por el patio de vecinos, o encaramarse a un taburete y ventosear en su cara, solo se giró hacia los presentes y exclamó: me gustaría advertir a las muchas otras personas que criticaron su libro que quizás deberían hacerse con un poncho para la lluvia, en caso de Ford inclemente. Dios santo. Hasta a Peppa Pig se le habría ocurrido algo más hiriente.