‘EL SIRVIENTE’

AUTOR: Robin Maugham

INTÉRPRETES: Eusebio Poncela, Pablo Rivero, Sandra Escaneda, Lisi Linder, Carles Francino

DIRECCIÓN: Mireia Gabilondo

Siempre he defendido que trasladar al medio teatral un texto creado, en un principio, para otro formato encierra muchas dificultades. En este caso concreto, Robin Maugham expone en su novela (que después él mismo traducirá a teatro) la historia decadente entre Tony, un adinerado aristócrata inglés, y su relación con el maléfico mayordomo que contrata para vivir una buena vida a la antigua usanza. Ya en 1963, Harold Pinter escribió a partir de este texto el guion de la magnífica película del mismo título dirigida por Losey y, por si esto fuera poco, Luis Escobar estrenó en 1967 su versión teatral bajo el título de El criado. Todo ello conduce a una cierta comparación.

Intentaremos ceñirnos a lo que pudimos ver el sábado sobre las tablas. De entrada (corroborado a la salida de la función), parte del texto no llegó nítido al espectador debido a una dicción escasa de volumen, lo que hace que, además del texto, se pierdan muchos de los importantes matices de la voz, difuminando el duelo Poncela-Rivero. Se logran entrever los juegos de manipulación a partir de las insinuaciones de Barret, a veces cínico, a veces irónico y guasón, que arranca sonrisas en el público, a pesar de que la fuerza de la obra reside en ser un thriller psicológico.

La música de Fernando Velázquez crea buenos espacios sonoros de suspense que, a mi entender, están desaprovechados, ya que en muchos momentos la escena aporta poco a la intriga, lo que hace que reine una cierta confusión. La puesta en escena de Mireia Gabilondo juega excesivamente con el mobiliario para presentar los cambios de espacio y tiempo, sirviendo para los juegos eróticos y sexuales de los personajes y poco más. Pocas veces llega al espectador la tensión que subyace en el enfrentamiento, sumisión y posterior declive de Tony frente a Barret, ya que el ritmo se hace lento en muchos momentos, tal vez por el tratamiento superficial de ese enfrentamiento. En el fondo, todo lo que de malévolo muestra Barret es totalmente previsible, no deja lugar a la sorpresa.

El espacio escenográfico, junto al sonoro, guían al espectador a través de ese suspense que pondrá fin a la obra con el total sometimiento de Tony, incluso en el aspecto físico de la homosexualidad latente en ambos y solo implícita en la novela de Maugham. Las sábanas del tiempo que cubren las paredes y suelo de la morada de Tony van desapareciendo, mostrando incluso parte de la tramoya, forma clara de indicar que todo se desmorona alrededor de los personajes. Interpretación que, a pesar de que en algunas ocasiones se desdibuja, está ajustada con las salvedades que hemos apuntado.