Cuando su presencia entre las películas a competición en el Festival de San Sebastián fue anunciada hace semanas, 'Zeroville' se convirtió inmediatamente en uno de los platos fuertes del festival. Después de todo, cuenta con un reparto plagado del tipo de estrellas que dan lustre a la alfombra roja; y para su director, el también actor James Franco, la proyección de la película supondría su triunfal regreso al certamen vasco dos años después de ganar la Concha de Oro gracias a la comedia 'The disaster artist'. Este lunes, sin embargo, ni él ni ninguno de los miembros del equipo de' Zeroville' estaban en el festival para apoyar su presentación y llevar a cabo las actividades promocionales vinculadas a ella. Y la presencia misma de la película en la programación se ha convertido en algo parecido a una patata caliente, después de que su repentino estreno comercial en Rusia hace unos días la invalidara para aspirar a premio -según las normas del certamen, los largometrajes a competición no pueden haber sido estrenados fuera de su país- y de que las primeras críticas en ver la luz la hayan destrozado sin piedad.

A decir verdad, 'Zeroville' ya demostró hace tiempo ser una película gafada. Franco acabó de rodarla en otoño del 2014, en el momento álgido de su frenesí creativo -entre el 2012 y el 2015, participó como actor en 25 películas y dirigió una decena- y por tanto mucho antes del éxito de 'The disaster artist' y de las acusaciones de acoso sexual que hoy lo mantienen exiliado de Hollywood. El plan inicial era que se en Estados Unidos se estrenara en cines en el 2016, pero la empresa que iba a encargarse de su distribución se declaró en bancarrota antes de que eso sucediera, dejándola en el limbo comercial. Visto lo visto en San Sebastián, quizá lo más sensato habría sido mantenerla en él de por vida.

El Hollywood de los 60-70

De su primera a su última escena, la película adopta el intenso y atormentado punto de vista de Vikar -encarnado, cómo no, por el propio Franco- un antiguo seminarista recién llegado a Hollywood con nada más que una enorme imagen de Elizabeth Taylor y Montgomery Clift en 'Un lugar en el sol' (1951) tatuada en su cabeza rapada. Mientras se hace un hueco en el negocio del cine como montador, es testigo de cómo el sistema tradicional de los estudios se ve amenazado por el empuje de un puñado de jóvenes directores encabezados por Francis Ford Coppola, George Lucas y Steven Spielberg; paralelamente, desarrolla una obsesión enfermiza por Soledad Paladin (Megan Fox), que según el imaginario de la película es la actriz principal de 'Vampyros Lesbos' (1971). James Franco, pues, homenajea a Jesús Franco.

De hecho, de no ser un completo desastre 'Zeroville' podría funcionar como algo parecido a una versión de Érase una vez en Hollywood rodada por el tío Jess; también como sátira sobre la fina línea que separa la alta cultura de la cultura basura y sobre la capacidad reparadora pero también destructiva que posee el amor al cine. Si esas eran sus verdaderas pretensiones, en todo caso, en la práctica quedan sepultadas por la extenuante sucesión de citas destinadas a dejarnos clara la cinefilia de su director -a Jodorowsky, a Billy Wilder, a Dreyer, a Antonioni, a Welles, a Hitchcock, a John Ford, a Brando, a 'Love Stor'y- y por el ovillo de ideas a medio hilar que Franco amontona a lo largo del metraje con la intención aparente de complacer exclusivamente a su propio ego. Lo cierto es que probablemente incluso él preferiría que a estas alturas la película no hubiera llegado a hacerse pública, pero en todo caso puede estar tranquilo: no tardará en volver al olvido.