Tiempo después de aquella soberana melopea que Fernando Arrabal regaló a la historia de la televisión de este país, cuando pensábamos que la filosofía nunca más volvería a adquirir la condición de espectáculo, llegó Darío Sztajnszrajber. Este argentino de apellido polaco es una figura mediática de la divulgación filosófica en su país. Tiene un programa de televisión, otro de radio y clases en Youtube con cientos de miles de visitas. Una suerte de Fernando Savater, pero más escorado a la izquierda y con menos olor a cerrado. Ahora, Ariel publica su libro Filosofía en once frases.

-Tengo un amigo que dice que la filosofía le ha jodido la vida.

-Puede ser, porque es un lenguaje que en su provocación está buscando distender las formas en que vivimos lo cotidiano. No es un lenguaje ni una forma de pensar que te sirva para alcanzar la felicidad o la armonía, sino todo lo contrario: te pone en un lugar de cuestionamiento permanente y duda con respecto a lo que uno vive. Entonces hay un punto donde, si nuestra sociedad construye formatos de felicidad muy claros, la filosofía es más bien como un palo en la rueda.

-¿Qué tienen en común hoy el fútbol, la religión y la política?

-Las tres son esferas que se han espectacularizado muchísimo. Están más relacionadas con el modo en que se le presentan a una sociedad en términos de formato y no de contenido. Están atravesadas por la misma lógica, que es una lógica binaria, todo pasa por la delimitación de quiénes son los propios y quiénes son los enemigos. Hay mucho en común entre las tres esferas.

-¿Qué es o qué hay del pensamiento sin la acción?

-Nada. El pensamiento sin la acción es más como un ejercicio masturbatorio donde te quedas encerrado en tu castillo de cristal pensando para ti mismo y sin ningún tipo de derivación práctica. Si la teoría no está al servicio de la transformación, no tiene una incidencia real y puede, incluso, llegar a ser cómplice del status quo por quedarse encerrada en elucubraciones sin ningún tipo de impacto social. La filosofía, si no es praxis, en vez de ser un ejercicio de transformación se vuelve un ejercicio de justificación de lo establecido.

-Pero sí existe el problema potencial de que el pensamiento se malinterprete en la acción.

-Sí, el tema ahí, uno de los problemas principales de la filosofía, es cuestionar justamente las fronteras entre lo verdadero y lo falso, o lo correcto y lo incorrecto. Siempre la filosofía va a estar problematizando esa frontera. Es muy importante estar uno seguro de cuáles son sus propios límites, pero también es bueno que uno pueda estar permeable al pensamiento ajeno.

-¿Cómo se vive sin creer en la verdad y en qué se equivocan quienes creen en verdades inmutables?

-Se vive más feliz sin esa especie de compulsión a tener que encajar en lo que otros necesitan que uno sea. Deconstruir la verdad es una forma de estar cuestionando a un poder que siempre pone a la verdad de su parte. Nos han hecho creer que sin grandes verdades absolutas caeríamos en un vacío sin sentido y, en realidad, a mí me parece al revés.

-¿Son todos los extremos iguales?

-Depende de qué tipo de extremismo. Un extremismo basado en la violencia sobre el otro me parece que termina siendo más detentatorio. Cuando uno en el arte juega con ciertos extremismos me parece que tienen otro objetivo. No pasa tanto por la supresión del otro sino por llevar tus propias ambigüedades y dudas hasta el extremo para poder entenderse a uno mismo. No todo extremismo es lo mismo de acuerdo al plano en el que hablemos si es un plano político, religioso, pero sí está claro que si llamamos extremismo al exterminio del otro, ese es el límite y los coloca a todos del mismo lugar.

-¿En qué piensa usted cuando se habla se «lo español» o «lo argentino»?

-A mí me interesa generar una deconstrucción de las identidades nacionales, como me interesa una deconstrucción de la identidad toda porque entiendo la identidad más como una cárcel, como una forma de dominación, que como la expresión de una verdadera naturaleza, sobre todo, porque no creo en la naturaleza y creo que todos somos más mixtos, en transformación incesante. En general, el concepto de nación tiene su raíz en una fuerte metáfora sanguíneo-familiar. Sabes que nación se asocia a nacimiento, entonces ahí hay algo de la idea de que toda una serie de personas, de algún modo, deben converger en un mito fundante que es el de que todos nacimos del mismo tronco familiar. Los estados nacionales son construcciones artificiales y necesitan reinventar su pasado para forjar una identidad común, y es una tarea permanente de la filosofía el ir deconstruyendo esas ideas.

-Aquella metáfora de ciertos partidos nativistas del “no queremos que entren en nuestra casa”.

-Calculo que en la medida en que revisen un poco sus árboles genealógicos van a acabar echándose a sí mismos.

-¿Cumple la democracia aquella máxima de mejor malo conocido que bueno por conocer?

-Yo diferenciaría lo que es una democracia institucional como las que rigen en nuestros países de lo que es la democracia más como una filosofía de hospitalidad, de apertura al otro. Es probable que las democracias institucionales tengan los límites de toda institución política, pero otra cosa es la democracia entendida como filosofía en la medida en que uno entienda que ser democrático es estar todo el tiempo abierto a tratar de resolver la exclusión del otro. La gran víctima de la política occidental siempre ha sido el otro: el que no ha sido visibilizado, del que se ha justificado su exclusión. Me parece fundamental que la democracia sea una fuerza abierta para que en cada época se esté muy alerta de quiénes son los que quedan afuera.

-Pero cuando alguien vota o cuando alguien entra en acción política, lo hace pensando en el que tiene al lado.

-Ahí hay uno de los grandes problemas de la política moderna: por qué la política se ha convertido en una especie de autojustificación de los propios intereses y no, como dice Lévinas, la prioridad infinita del otro. Si la política no está al servicio del otro, para mí no es política, es negocio. Habría que repensar la relación entre la política y la economía. Si la política es negocio va a estar siempre pensándose primero a sí misma y no en los que quedan afuera, en todos los demás. Y yo creo en el acontecimiento político como un acontecimiento de emancipación de los que quedan afuera.

-¿Qué tan importante es el contexto para comprender a ciertos autores, a pesar de que se les proclame como universales?

-Te diría mucho y poco. Es fundamental saber bien el contexto de creación de cualquier idea, pero también es importante en algún momento romper con eso y tomar las ideas del autor y mixturarlas con otras ideas en función de lo que uno quiera leer en determinado momento de su propia historia. Yo creo que la filosofía es extemporánea, atraviesa los tiempos.

-Media hora para hacer esta entrevista. ¿Se puede hacer filosofía exprés?

-Se puede generar una serie de disparadores que generan así como prima facie una distensión de ciertas ideas prestablecidas y después tienen que ser la puerta de acceso para seguir indagando y ver cómo esos temas que a uno le hacen ruido pueden seguir desarrollándose. El que se queda con que hace filosofía en media hora, probablemente, no esté visualizando los alcances de un desarrollo problemático que la filosofía puede generar.