Chiquito de la Calzada actuaba en el tablao El Jaleo de Torremolinos, de la legendaria bailaora Mariquilla, cuando una noche apareció un chaval americano llamado Steven que quería ser director de cine. Hicieron buenas migas y se fueron de farra hasta que Chiquito, completamente pedo, se percató de que había perdido las llaves de casa. "Mi casa, mi casa", balbuceaba el cantaor mientras señalaba al cielo con el dedo índice. "'I have a great idea', Chiquito", le contestó el chaval americano, también piripi. El tal Steven era, por supuesto, Spielberg y ese epifánico dedo al cielo fue la asombrosa génesis de 'E.T.: El extraterrestre'. O quizá no sucedió así, y la anécdota es solo una invención. Como la que asegura que fue Chiquito quien enseñó a Michael Jackson a bailar el 'moonwalker' en el tablao El Chinitas de Málaga. Pero qué más da que sean verdad o sean trolas esas historias de Chiquito, porque “el mejor humorista que ha pisado esta tierra”, según su biógrafo, el ilustrador barcelonés Sergio Mora, merece que su prodigiosa vida y obra sean glosadas a lo grande y sin que los corsés del realismo nos chafen la guitarra.

Basándose en hechos reales, pero aderezándolos con grandes e hilarantes dosis de imaginación, Mora idealiza al maestro del humor inenarrable, fistro y pecador, en la recién publicada 'Las legendarias aventuras de Chiquito. Una biografía ilustrada' (Temas de Hoy). "Chiquito era una pieza única. Seguramente ha habido humoristas más geniales, como Groucho Marx o Andy Kaufman, pero Chiquito es pieza aparte. Él no era un profesional ni un estudioso del humor. Lo suyo era el humor por el humor, sin la menor pretensión intelectual. Transmitía algo que me parece muy hermoso", explica Mora sobre Gregorio Sánchez Fernández (Málaga, 1932-2017), nombre real del rey del humor absurdo, formidable narrador cuyo contenido siempre importó menos que la forma: los chistes largos sin nudo argumental, los alargamientos fónicos, los neologismos, esa forma de andar de un lado al otro del escenario sujetándose las lumbares, fingiendo tener dolores. "¿Te das cuen?". Solo con verle, o recordarle, ya te viene la risa. "Era un ser mágico, un ser de luz, como de las estrellas", sostiene Mora.

TRAS LA MUERTE DE CHIQUITO

El ilustrador barcelonés, ganador del Grammy Latino al mejor diseño en el 2016 por 'El poeta Halley' de Love of Lesbian, se embarcó en la biografía ilustrada de Chiquito poco después de la muerte del artista. "No me lo podía quitar de la cabeza", recuerda. "Había que resucitarlo, y pronto. Lo necesitamos. Es sano contagiarse de él. Vivimos un ambiente un poco revuelto y, en fin, Chiquito te transmite mucho cariño, mucha autenticidad. Dices Chiquito y a la gente se le abre el corazón. No nos podía dejar solos", evoca Mora. El ilustrador recurre a un alter ego, el prodigioso palmero y cantaor japonés Arito Katana, propietario de un restaurante de sushi en Barcelona, para enhebrar la biografía de Chiquito: por lo que se nos cuenta en el libro, ambos se habrían conocido, y trabado profunda amistad, en el Tablao de Tokio, ciudad a la que Gregorio viajó a principios de los 70 llevando su arte y salero bajo el exótico seudónimo de Chiquito San.

Es Katana quien relata la historia de su amigo (y la suya propia, tan alucinante, o más, que las propias andanzas de Chiquito, ya lo verán), aderezada con fabulosos apuntes autobiográficos del artista que Mora, en su primer trabajo narrativo, ha escrito reproduciendo el inconfundible estilo verbal del malagueño: "Japón es un hormiguero, por la gloria de mi padre. Aquí, andando, puedes llegar tres días tarde a la casa. Japón es un país muy bonito, pero se mueve mucho. Todos los terremotos del mundo están metidos aquí".

ESCASA BIBLIOGRAFÍA PREVIA

"El personaje de Katana es el que me hizo lanzarme al proyecto. Yo quería hacer el libro, pero no encontraba la forma de explicar la vida de Chiquito, porque yo no soy ni escritor ni biógrafo. Todo se aclaró cuando vi que a través de Katana podía contar la historia de Chiquito mediante la ficción, jugando con el lenguaje, juntando dos universos imposibles. Y ahí, en el terreno de las mezclas imposibles, yo me muevo bien", relata Mora, que se declara fan pero no experto canónico en Chiquito, lo cual, confiesa, le ha permitido lanzarse a la aventura con escaso rigor biográfico, pero mayor libertad creativa.

"Hay poca bibliografía, la verdad. Existe un libro de Vicente Pitarch, que era un amigo cercano de Chiquito y donde no hay fantasía ni ficción que valga. Lo intenté conseguir, pero fue imposible. Pero creo que fue mejor, porque de haberlo leído creo que me habría marcado demasiado el rumbo. Así que me puse a buscar por otras vías", explica Mora. Recopiló datos y más datos en las muchas entrevistas a Chiquito que encontró en Youtube, y se quedó con las anécdotas más icónicas que se iban repitiendo.

Por ejemplo: aquellos tiempos de penuria en la Málaga de los años 40, en plena posguerra, en los que Chiquito ya cantó desde chico. "Se me daba muy bien. Le rompía los corazones a todo el mundo, yo cantaba que era un fenómeno", evoca el humorista. O sus años jóvenes en Torremolinos, en la época dorada de la Costa del Sol, en el tablado de Mariquilla; tiempos también duros, en los que "tenía trabajo todos los días, pero o no cobraba, o cobraba lo mínimo". O, por supuesto, su temporada en Japón, adonde viajó aprovechando el 'boom' del flamenco en el país oriental: "Yo estuve dos años y lo pasé bien y mal, pero como España no hay nada. Esa gente comía pescao crudo y hasta perro pecador. En Japón, para comer medio regular hay que ser cinturón negro".

En los 80, Chiquito se instaló en Madrid. Su nombre empezó a hacerse conocido entre ricos y empresarios que le contrataban para fiestas y convenciones. En 1985, apareció como palmero en un episodio de 'Vacaciones en el mar'. "Me pusieron a cantar delante de un ventilador de esos. ¡Ojú! Era tan fuerte que casi me arranca la camisa", evoca Chiquito, cuyo momento de máxima gloria estaba aún por llegar: sería a comienzos de los 90, cuando el productor y director Tomás Summers le descubriría con 62 años y le contrataría para el programa 'Genio y figura' de Antena 3. El resto, como se suele decir, es historia, con las desbordantes mieles del éxito en forma de programas televisivos de humor y películas de culto bizarro como ‘Aquí llega Condemor, el pecador de la pradera’; incluso con unos ‘snacks’ de Matutano llamados Fistros con la cara de Chiquito impresa en la bolsa.

Para Mora, sin embargo, el episodio más decisivo en la historia de Chiquito, es la maravillosa historia de amor que mantuvo durante más de 50 años con su esposa, Pepita, a la que conoció mientras ella trabajaba como bailarina en el Teatro Chino de Manolita Chen. “Siempre, salvo en el periplo japonés de Chiquito, estuvieron juntos. Fueron como Dupont y Dupond. Eran un equipo”. Pepita murió en el 2012 de un infarto fulminante. Chiquito, por desgracia, ya nunca sería el mismo y, cinco años después, casi retirado de la escena, nos dejó. “Hoy más que nunca nos hace falta la energía de Chiquito. Era un pata negra”, sentencia Mora.