El ambiente rural de Los Pedroches y las historias de sus gentes han sido una constante en la poesía, narrativa y ensayo del escritor cordobés Alejando López Andrada (Villanueva del Duque, 1957), que ahora vuelve a sus raíces para «desnudarse» ante sus lectores con una biografía que, según señala, puede ser un «espejo» donde muchos se reflejen. Con Los árboles que huyeron (Almuzara), el autor regresa a su infancia y juventud para finalizar el trayecto en 1994, año en el que desapareció el último de los eucaliptos que formaban la hilera que daba la bienvenida a su pueblo y fueron parte de su inspiración.

-En este nuevo libro vuelve a la fuente de su infancia y juventud, esta vez para hablar de usted. ¿Sentía la necesidad de adentrarse en su vida?

-Después de varias decenas de libros de poemas, novelas y ensayos, me apetecía escribir de mi vida, de mi mundo interior, y contar experiencias mías en relación con mi vida, pero también con el mundo literario. De algún modo, fue una sugerencia de mi editor, Javier Ortega, que me animó a emprender esta aventura de escribir mis memorias.

-¿Qué ha descubierto de sí mismo a lo largo de este ejercicio?

-Ha sido bonito bucear en la infancia, la adolescencia y juventud porque es redescubrirte de nuevo, como revisitar tu vida, tu memoria. En el libro aparece mi relación con mis hermanos, con mis padres, y también me he dado cuenta de lo fundamental que fueron mi abuelos. He redescubierto cómo llegué a la poesía a una muy temprana edad sobre las rodillas de mi abuelo Alejandro; y también cuando llegué al colegio, donde empecé a aprender a leer en verso. Allí ya me encontré con Alberti, Lorca, Machado... Fue un deslumbramiento.

-Además de su familia, también cuenta su relación con sus propios vecinos. ¿Cree que se reconocerán en este libro?

-Cuenta tu aldea y contarás el mundo. Recreo un microcosmos, un pequeño universo rural. Hablo, por ejemplo, de un cabrero al que quise mucho, Eugenio Sallavera, al que entrevisté para Diaro CÓRDOBA en aquella serie de reportajes que realicé en los años noventa. Me conmoví al revisitar ese recuerdo, su relación tan tierna con su mujer, su amor a la naturaleza. También sale Bibiana, la pastora que fue mi maestra en la poesía porque a través de sus ojos descubrí la naturaleza. Soy poeta y escritor gracias a las enseñanzas de estos vecinos humildes y sencillos que, en realidad, son sabios. La sabiduría popular está en ellos, en los pastores, en los cabreros, en esa gente del mundo rural que tiene grandes valores y, a veces, no tenemos en cuenta.

-En este libro llega hasta 1994. ¿Por qué eligió esa fecha?

-Tiene que ver con el título del libro. Los árboles que huyeron eran una hilera de eucaliptos que había a la entrada de mi pueblo por la zona oriental, y yo los miraba fascinado cuando iba a casa de mis abuelos. Era como una especie de túnel vegetal y, al final, acababa el mundo. Con el tiempo, esos árboles desaparecen del paisaje y el último lo cortaron en el 1994, coincidiendo con una visita del poeta Antonio Colinas.

-¿Habrá una segunda entrega de sus memorias?

- No lo sé. Casi siempre se piensa que lo más importante de nuestra vida ocurre hasta los 30 años. Aquí aparece mi matrimonio, el nacimiento de nuestras hijas, los primeros premios literarios… Luego, han venido muchas cosas, pero casi todas a nivel literario. Tengo la sensación de que, a nivel vital, lo más fascinante ocurrió en aquellos primeros años. De todas formas, dependerá de la editorial, con la que estoy muy satisfecho.

-El ámbito rural sigue siendo protagonista. ¿Lo ve de forma diferente al hablar de usted mismo?

-Totalmente. También se une el hecho de que vivo en Córdoba desde hace cinco años y, a veces, para escribir con más nitidez hay que distanciarse. Es un mundo que está dentro de mí, pero ahora lo siento más puro, más transparente.

-¿Se encontrará el lector también con momentos dramáticos?

-Más que dramáticos, difíciles, como los problemas económicos y laborales. Y aquí juega un gran papel Diario CÓRDOBA, que me ofreció hacer una serie de reportajes sobre los pueblos de la provincia que me ayudó a sobrevivir. Me siento muy agradecido. Económicamente, lo he pasado mal, pero, afortunadamente, he tenido a mi mujer, que siempre ha sido mi bastión, la que me agarra a la tierra y le da sentido a mi mundo. Y eso también lo cuento.

-¿Cómo se ha sentido con este alarde de sinceridad? ¿Le ha costado?

-Es como un streaptease, como desnudarte, pero yo no tengo pudor en contar lo que ocurrió en mi vida y me he sentido muy bien. Ha sido un libro intuitivo.

-¿Qué relatos sorprenderán al lector?

-Hay uno que gira en torno a Carlos Castilla del Pino. Desmitifico al personaje, que para mí era como un dios, entrañable y sereno, pero cuando me encontré con él vi a un hombre irascible, distante, engreído y soberbio. Yo había pasado una época difícil e iba buscando un consuelo, una serenidad, una dulzura, pero hallé todo lo contrario. Cuando lo miré a los ojos, me di cuenta de que yo era quien tenía que resolver mi problema.

-También hace un repaso a su relación con grandes autores como José Hierro o Caballero Bonald. ¿Qué poso le han dejado?

-He tenido la suerte de conocer a escritores a los que he admirado y quiero mucho, como es el caso de Caballero Bonald. Para mí, es un padre literario del que he aprendido muchísimo, sobre todo, como persona. Es cercano y entrañable. También con Juan Bernier, que me demostró una humanidad desbordante y me ayudó mucho. De hecho, prologó mi primer libro. Y Antonio Colinas, al que considero el escritor más grande de este país y que también ha sido valedor de mi poesía y me ha apoyado.

-¿Qué ofrece esta biografía, además de su experiencia vital?

-Creo que es un espejo en el que se van a ver reflejados miles de personas que vivieron la posguerra, aquellos años tan difíciles, de los que salieron adelante.

-¿Qué papel juega la poesía en esta obra?

-Es fundamental. Es un libro lleno de colores, olores, sonidos… Y explico que llegué al mundo poético gracias a Juana Castro, fue como una hada madrina.

-Después de hacer este ejercicio, ¿qué conclusiones saca sobre su propia vida?

-En primer lugar, me siento feliz de haber nacido en un pueblo, Villanueva del Duque, de haber conocido ese mundo. También de haber tenido una familia estupenda y unos grandes vecinos con los que he aprendido a ser sencillo, humilde, natural, cordial. He descubierto la gran mujer que tengo a mi lado y la importante relación con el mundo femenino que siempre he tenido.Creo que este libro tiene una mirada casi femenina.