Una de las historias que reflejan el compromiso político de Amos Oz tuvo lugar a principios del año 2011, cuando el escritor israelí le envió al líder palestino Marwan Barghouti un ejemplar de su libro más famoso, la novela autobiográfica Una historia de amor y oscuridad. Barghouti llevaba casi una década en una prisión de Israel condenado a cinco cadenas perpetuas por cinco asesinatos y 40 años de cárcel por un intento de asesinato. En el ejemplar que le envió, Oz escribió la siguiente dedicatoria: «Esta historia es nuestra historia. Espero que la lea y nos comprenda mejor, como nosotros intentamos comprenderles a ustedes. Con la esperanza de encontrarnos pronto en paz y libertad, Amos Oz».

El revuelo que levantó la noticia en parte de la sociedad israelí no le resultó ajena al autor fallecido ayer víctima de un cáncer a la edad de 79 años. Estaba acostumbrado. En un contexto difícil abanderaba una posición difícil: el medio, donde siempre llueven lanzas de lado y lado. Del chovinismo que marcó sus primeros años evolucionó hacia ideas de izquierda, a un activismo que cuajó en la creación, en 1978, del movimiento pacifista Shalom Ajshav (Paz ahora) -del cual fue miembro fundador-, y a la defensa firme de la existencia de dos estados, el israelí y el palestino, como única solución a la violencia. Ese, el conflicto de Oriente Próximo, estuvo siempre en el centro de su vida pública, y lo cargaba casi como un sino: decía que envidiaba a los escritores europeos porque no habían nacido en un lugar desgarrado. «Cuánta energía podría ahorrarme si no tuviera que discutir de política», declaró una vez. Cientos de artículos publicados en prensa son reflejo de su compromiso.

Dicho esto, el cáncer se ha llevado por delante a un escritor mayúsculo, premio Príncipe de Asturias en el 2007, premio Goethe -el más importante de Alemania- en el 2005 y miembro de esa categoría gloriosa de los que siempre sonaron para el Nobel y murieron sin obtenerlo.

Su compromiso con la escritura como arte la contienen frases memorables como la que dice que: «Cuando era pequeño, quería crecer y ser libro» (de Una historia de amor y oscuridad); la contienen hábitos como el de madrugar, empezar a escribir a las cinco de la mañana y tener la sensación de que el día había resultado provechoso cuando a las nueve o diez paraba; la contiene la importancia que otorgaba al día en que su padre abrió un hueco en las estanterías de casa para que pudiera poner sus libros. La noticia de su muerte la comunicó su hija, Fania Oz-Salzberger, a través de su cuenta de Twitter.

APELLIDO CORAJE / Hijo de judíos askenazíes emigrados de Europa a principios del siglo XX, nacido en 1939 en Jerusalén -en una Palestina bajo mandato británico-, Oz («coraje» en hebreo; su apellido original era Klausner) muere como un escritor clave para comprender Israel; para comprender al otro, acaso habría dicho él. «Creo en la literatura como puente entre los pueblos -señalaba en su discurso del Príncipe de Asturias-. Creo que la curiosidad tiene, de hecho, una dimensión moral. Creo que la capacidad de imaginar al prójimo es un modo de inmunizarse contra el fanatismo. La capacidad de imaginar al prójimo no sólo te convierte en un hombre de negocios más exitoso y en un mejor amante, sino también en una persona más humana».

En los últimos años criticó el movimiento de boicot promovido por palestinos contra Israel: «No creo en los boicots porque hacen a las personas más radicales, no más flexibles», afirmó. «Personalmente, no compro ningún producto que provenga de los asentamientos en Cisjordania porque estoy en contra de las colonias desde el principio, desde 1967», dijo, pero no creía que fuera un arma.

Con respecto a la legitimación de Jerusalén como capital israelí por parte de Trump, Oz dijo que ignoraba cuál sería el futuro pero aconsejó: «Todos los países en el mundo deben seguir el movimiento de Trump y trasladar sus embajadas en Israel a Jerusalén. Al mismo tiempo que cada uno de ellos debe abrir su propia embajada en Jerusalén Este, la capital de los palestinos».

Entre sus obras más conocidas figuran Mi querido Mijael, La caja negra y No digas noche. De su producción ensayística destacan Contra el fanatismo y En la tierra de Israel. La mayoría de su obra está editada en España por Siruela.