Ya ha transcurrido un decenio desde su fallecimiento, y aún persiste en la memoria de los aficionados la excepcional plasticidad de uno de los mejores bailaores de la historia del flamenco. Mario Maya, del que mañana se cumplen diez años de su muerte, nació en Córdoba, en la calle Armas, lo que se recuerda con una placa de mármol que la Corporación municipal de entonces descubrió poco después de su desaparición.

Desde su ciudad natal, en plena infancia se trasladó con su familia al barrio gitano del Sacromonte de Granada. De las dos ciudades extrajo lo más profundo y puro de su baile, con mayor incidencia en sus vivencias granadinas, fundamentales en los comienzos de su carrera para la forja de la excelsitud de su espíritu flamenco, cimentado en su propio concepto de rebeldía y compromiso con su pueblo que revolucionó la danza gitano-flamenca desde que comenzó, allá por los años 50 y 60, su andadura por los escenarios del mundo, entre los que los más prestigiosos tablaos madrileños serían también determinantes para ir perfeccionando su arrebatador concepto de la danza.

Fiel a sus irrenunciables principios, Mario Maya fue un gitano andaluz en estado puro, con un altísimo grado de sensibilidad flamenca y social plasmada en sus escogidos montajes, en los que la secular marginación de su raza evidenciaba un protagonismo que restregaba en pleno rostro a través de su queja desesperada hecha baile.

En su enriquecedora estancia en la capital de España recibe las enseñanzas de la gran Pilar López, que le inculcaría su ética y su estética para, seguidamente, formar parte en el legendario Trio Madrid, compuesto por él mismo, la malograda Carmen Mora y El Guito.

Ceremonial. Camelamos Naquerar (Queremos hablar) Ay Jondo, Amargo, El Amor Brujo, Tiempo, Amor y Muerte, los cortometrajes Canta Gitano, Corre Gitano y Flamenco, de Carlos Saura, fueron algunas de las obras en las que nos dejó su impronta de gran maestro, por las que le concedieron reconocimientos de toda índole que jalonaron una carrera asentada en una personalidad incomparable, descubierta por los aficionados cordobeses cuando intervino en el Salón de Mosaicos del Alcázar de los Reyes Cristianos en la octava edición del Concurso Nacional de Arte Flamenco de Córdoba, consiguiendo los Premios Juana La Macarrona y Pastora Imperio.

Algunos años después, la Peña Flamenca de Córdoba le dedicó su XXVIII Semana Cultural, dejándonos en su intervención algunas de sus sabias reflexiones sobre el baile, de las que extraemos una de las mas significativas: «Estamos en un continuo tam-tam de percusionistas, donde la melodía y el espíritu de cada baile se anula por la mecánica efectista de cortes y remates de falsas despedidas y mutis alusivos para provocar el aplauso. Empujado por un espurio cajón de percusión cuya fuerza y sonoridad anula cualquier tipo de sutileza. Todo esto carece de jondura, solo y exclusivamente va dirigido a un público turístico folclórico».