Esta crónica podía haberse escrito antes del concierto y nadie hubiera notado que me estaba marcando un fake. Pero de todas las citas que acogía la ciudad el viernes por la noche, esta era seguramente mucho mejor que cualquiera que fuese la segunda y no era plan faltar. Así que ocurrió lo imaginable.

Es Drexler un músico luminoso que comunica sin esfuerzo aparente. Conoce a la perfección cómo dirigir a una audiencia que tiene entregada antes de salir al escenario. Ocurre que luego hay que demostrar lo que uno es.

El uruguayo tiene un nivel técnico muy por encima de los autores de su registro en español, toca bien y sabe cantar mejor. Emociona interpretando textos de altura, que luego adoba con una incontinencia verbal aparentemente improvisada entre canción y canción que también cae bien. Así que, ¿qué podría haber ido mal?

De entrada, él mismo despejó las dudas sobre si La Axerquía era el sitio adecuado para el octogésimo concierto de esta gira donde presenta su último disco, Salvavidas de hielo, o hubiera sido mejor el Gran Teatro de haber estado operativo -porque el Góngora habría dejado fuera a más de la mitad del millar y algo de asistentes-: Drexler agradeció hasta en tres ocasiones tocar al aire libre.

El sonido fue el habitual, con altibajos y diferente en claridad y calidad en apenas unos metros, para un set compuesto por una veintena de canciones que tiraron de eléctrico en un elevado porcentaje. A Jorge lo acompañaban músicos de precisión, un habitual como Borja a la batería y percusiones y nuevos como Javier a la guitarra y Martín al bajo. Empezó con Movimiento -himno a las eternas migraciones humanas- y acabó con Quimera y el teatro puesto en pie y bailando.

Entre medias, momentos punteros con dos canciones que interpreta acompañado en el Salvavidas: Abracadabras, con Julieta Venegas, y Asilo, ese susurro cálido y explosivo que intercambia con Mon Laferte.

El agradecimiento a Sabina, «más vale tarde que nunca», a través de Pongamos que hablo de Martínez, y el recuerdo de los deberes que le impuso, «escribir con décimas la letra de la Milonga del moro judío, estribillo del gran Sánchez Ferlosio», abrocharon la visita, bien encajada en el Festival, de Jorge Drexler.