Ryan Reynolds y Blake Lively conforman un matrimonio que sabe muy bien resolver problemas para otros insalvables. Cada uno por su lado y, por supuesto, en la ficción. Ambos intérpretes han sido puestos a prueba, mediante sus personajes, en situaciones límite saliendo airosos de ellas. El primero fue enterrado en una caja, con la única compañía de un teléfono móvil con poca batería y menos cobertura, por Rodrigo Cortés en Buried (2010) y se las apañó como pudo para actuar en pocos metros de espacio trasladando al espectador esa extraña sensación llamada claustrofobia. Ahora, ella es una surfista que huye a una paradisíaca playa donde encontrará la soledad buscada en medio de las aguas con la inestimable compañía de un inmenso escuálido que la tendrá entretenida durante los casi noventa minutos que dura Infierno azul. Para ello, el guionista, Anthony Jaswinski, se las ingeniará para poner todo tipo de obstáculos en la consecución del objetivo de la protagonista: poder llegar desde la roca donde se halla, con la marea cada vez más alta, hasta la arena, a unos 100 metros, aunque con el inmenso obstáculo de un tiburón que está dispuesto a cualquier cosa para que ella no se salga con la suya.

El director del filme, Jaume Collet-Serra, ha logrado una notable reputación como cineasta español en Estados Unidos, pues filma con bastantes garantías de que sus productos van a rendir en taquilla produciendo más beneficios de los esperados y otorgándoles la suficiente calidad como para ser bien aceptados por crítica y público.

En esta ocasión logra trasladar al espectador a esta zona del Pacífico y mantenerlo expectante ante la acción que filma con buen pulso y, aunque gran parte haya sido rodada en plató, consigue uniformidad en cuanto a la armonía fotográfica en continuidad y componiendo planos muy estudiados como para que nadie se escape del duelo que mantiene la bella bañista con el excelso tiburón de marras (todo un homenaje a Steven Spielberg). H