NACE EN LAS MINAS DEL SOLDADO (VILLANUEVA DEL DUQUE), EN 1927.

TRAYECTORIA: CON OBRA EN MEDIO MUNDO, ES EL ARTISTA CORDOBÉS MÁS INTERNACIONAL.

Los años y los zarpazos inesperados de la vida, "que te dan donde más duele", se le han echado encima de golpe. Operado de la cadera tras un accidente y luego del corazón --por no hablar del tremendo desgarro de haber perdido a un hijo y tener a otro penando en la cárcel--, Aurelio Teno no es ya el hombre recio, atrevido y seductor a su modo, de llamativo vestir y maneras flamencas, que fue hasta no hace mucho, cuando se trajo a Córdoba para su particular monasterio de Pedrique parte de la cosecha escultórica y el ímpetu creador desplegados por muchas de las ciudades más importantes del mundo. Poco queda en este Teno del aventurero en busca de esos "pellizcos" y pulsiones con que resume el arte y la vida misma. Ahora está mucho más delgado y es más familiar --su esposa, la discreta Mari, estará a su lado durante toda la entrevista--. Pero sigue destellando en él, a pesar de que en estos días amargos se considere "hundido y hueco" y no cruce el patio para ir al taller, el espíritu del genio. Una energía que te envuelve desde que traspasas la cancela de Pedrique, un aliento tan mágico que sobrevivirá al propio Teno.

--Es una de las poquísimas personas que pueden decir que han nacido en una bocamina, como a usted le gusta recordar. ¿A qué se debió esta circunstancia?

--Porque mi padre estaba trabajando en las Minas del Soldado. Mis padres eran de El Viso, que es donde está mi partida de nacimiento, pero un tío mío que era encargado de esas minas de Villanueva del Duque, de plomo y de galena, le dijo a mi padre: "Hombre, cuñado, vente aquí a trabajar". Y allí que estuvieron viviendo mis padres en una casilla y allí nací yo. Lo de nacer en la bocamina lo digo porque le pregunté un día a mi padre, estando él ya muy mayor: "Papa, cuando entrabas en la mina y bajabas en aquellos ascensores y esas galerías ¿a ti qué te entraba por el cuerpo?". "Hijo, se me ponían aquí". Y yo dije, ya está, ya estaba yo ahí en los cojones de mi padre, hablando mal y pronto.

--Hablando de los orígenes, ¿eso de que usted se considera descendiente de araucanos es verdad o cuento?

--Verás, verás. Exponía yo en Madrid y un señor muy bien vestido se me acerca: "Oiga, ¿es de Teno, del pueblo chileno que se llama así?". Y me enseñó un libro que luego me mandó --y pide a Mari que se levante a buscarlo--, Historia de Curicó , donde se habla de los caciques de la cordillera andina, entre otros uno que se apellidaba Teno.

--¿Y cómo puede estar seguro de que ese Teno es su Teno?

--Por muchas razones. Primeramente mira estas fotos (nos tenía preparado sobre la mesa camilla, pegada al confortable fuego de la chimenea que caldea la parte más íntima del caserón, un buen puñado de imágenes familiares). Verás que mi padre tenía cara de indio, y si te fijas yo también la tengo. Y una bisabuela mía apareció en El Viso y nadie supo nunca de dónde vino, y como sabes antiguamente a los que eran oriundos de una ciudad les ponían su nombre.

--¿Cree que se debe a esas raíces su inclinación a esculpir princesas andinas y emplear materiales arrancados a la tierra?

--Exactamente, lo telúrico está ahí. Hombre, esto no se le puede contar a todo el mundo porque van a decir que soy un chalao , pero a mí el número 7 me ha marcado toda la vida. Nazco un 7 de septiembre, el próximo cumplo 85 años, y me ponen Aurelio, que significa "envuelto en oro". Cuando en Córdoba iba a los bailes hace un siglo y me preguntaban mi nombre las chavalillas les decía que Rafael, porque me daba vergüenza tener un nombre tan raro que para mí que ha marcado mi camino.

Los Pedroches, su naturaleza virgen y sus cielos sin fin, dejaron en Teno una huella tan profunda que, como Ulises, no se sintió completo hasta que tras un largo e intenso periplo vital regresó a su Itaca de Pedrique, en el término municipal de Pozoblanco. Pero lo cierto es que, según cuenta, mamaba todavía cuando su madre lo paseaba en brazos por la capital, donde su padre había conseguido un empleo de guardia de asalto.

--¿Cómo recuerda la Córdoba de su infancia?

--Era un pueblo grande que no tenía nada que ver con la Córdoba de hoy. Vivíamos en una casa de vecinos de la calle Sánchez de Feria. Y los chavales de la Puerta de Almodóvar echábamos pedreas contra los del Alcázar Viejo en la Joyá, que era la explana

da que había donde luego pusieron la Cruz Roja. Había una alcubilla y si querías ver el agua que pasaba tenías que bajar por unas escaleras. Allí jugaba yo con siete añitos a la guerra con tirachinas y troncos de palmeras.

--Nueve años tenía cuando estalló la guerra de verdad. ¿La recuerda?

--Yo sentía tiros, y al pasar por la mañana junto al cementerio de la Salud veía en el muro sangre, la de los fusilados al amanecer. No oías más que "¡Que vienen los rojos!". Pero los mayores no te decían la verdad. En cuanto acabó la guerra mi padre fue al Viso, en zona roja, a rescatar a su familia. A mi hermana Angelita y a un tío nuestro los sacó, pero por otro que era muy revolucionario no pudo hacer nada.

--¿Pasaron hambre?

--No, porque mi padre, que era hombre de campo, tenía un huertecillo al lado de casa, en el Ventorrillo. Por entonces ya nos habíamos mudado a las casas baratas de Las Margaritas, a continuación de lo que llamaban el barrio de María Luisa.

--Viviendo casi en el campo, le quedaría muy lejos el colegio.

--Iba a los Salesianos. Salía de Las Margaritas andando, con un canastillo de comida que me echaba mi madre. Pero yo estaba deseando que llegara la clase de dibujo del jueves, porque los pensionistas, que eran los ricos, me pedían que les hiciera sus trabajos y a cambio me tenían que dar los bocadillos que a ellos les preparaban los curas.

--¿Desde pequeño tuvo claro que viviría del arte?

--Yo no he sabido nunca cuál sería mi futuro. Pero sí, de chico siempre estaba haciendo dibujos. En mi casa de la calle Sánchez de Feria, en la parte señorial, vivían tres ricachonas a las que llamaban las Tías Pelucas, porque hubo un pequeño incendio y cuando las ayudaron a sacar los enseres se encontraron pelucas por todos lados --ríe a carcajadas--. Mi madre me llevaba a su casa. "Mire usted mi hijo, qué artista es", decía ella. Pero ni artista ni nada, si en mi casa no había un puto libro... entonces solo los tenían unos cuantos.

--Tampoco los medios serían muchos en la Escuela de Artes y Oficios, en la que ingresó para estudiar dibujo y pintura.

--Qué va. Iba a las siete de la tarde, cuando salía del Colegio Salesiano. Te sentabas en un banquito con un tablero y enfrente te ponían una figura de escayola que tenías que dibujar. Llegaba el profesor con su perilla y me decía: "Si esto fuera un pastel y lo que tú has dibujado otro, ¿cuál te comerías?". "Ese". Y a borrarlo y coger el carboncillo de nuevo. Aquello no tenía nada que ver con la Escuela Superior de Bellas Artes de París a la que fui mucho después.

Antes de someterse a una formación reglada, Teno había conocido los entresijos de un verdadero taller de escultura, el del valenciano Amadeo Ruiz Olmos, establecido en su misma calle, cerca de la Trinidad. Asomado de noche al portal de aquel estudio, que resguardaba una cortina de arpillera, aquel niño curioso descubrió el mundo del arte, y supo que quería formar parte de él. "Mi padre habló con Ruiz Olmos y estuve de aprendiz en verano durante los tres años que hice el bachiller --dice--. Era un tío muy grande y muy comilón, se hacía sus paellas y se las comía a cara de perro. Era un escultor clásico, pero bueno; me facilitó un buen aprendizaje".

--¿Le pagaba por su trabajo?

--Al principio ni una gorda. Pero cuando dejé los estudios para seguir de aprendiz ya gané una peseta diaria, menos los domingos. Sin contrato ni nada. Me mandaba a unos almacenes del Campo de la Verdad a por escayola, y a por maderas para los santos que hacía a la estación. Eso no me gustaba, y un día que volvía cargado con unos maderos, me paro a descansar en la Comandancia de Ingenieros, un rinconcito que hay en la calle Sánchez de Feria, y la portera, que conocía a mis padres, me dice que a ver si sé de alguien que quisiera ser aprendiz con su marido, que era platero. Le dije que yo mismo.

--Y así fue como empezó su idi

lio intermitente con la joyería.

--Fue ese ángel de la guarda que te toca con la campanilla y te dice: "Ahora a ti"; así he andado por la vida. El platero se llamaba Antonio Mellado, y cuando entré a la portería me lo encontré en la cocina engastando brillantes en una mesita.

--¿Le satisfizo más esta experiencia que la del taller de Ruiz Olmos?

--No me gustó más, se me cayó el mundo al verme metido en aquella cocinilla, pero era el destino. Cuando yo aprendí a manejar los buriles me comí a aquel señor en tres días. Y fue tan honrado que me dijo: "Te voy a llevar a un buen taller porque yo no te puedo enseñar nada más". Claro, si es que yo tenía ya tres o cuatro años de dibujo en la Escuela de Artes y Oficios, lo que me faltaba era la herramienta. Me llevó a una gran joyería, la de los Gómez, en la calle de la Feria. Y con 15 años vinieron a buscarme otros joyeros cordobeses establecidos en Madrid.

--¿Qué tienen los metales preciosos para usted que siempre le han inspirado tanto?

--Vuelvo a lo de la campanilla: me llamo Aurelio, nazco en una bocamina y después de dejar mi huella por el mundo entero vuelvo a otra mina, porque aquí en Pedrique hay una mina de oro, aunque ya agotada. Yo creo en esas cosas de la predestinación. Cuando estoy en París me coloco a la vanguardia de la joya. En 1966 me dieron el premio Diamonds International, que era como si te dieran el Nobel. La gente me decía que tenía algo especial, y yo pensaba: el barroco de mi tierra.

--Pero abandonó la orfebrería...

--Y ahora me inclino más por la pintura. Es que yo no creo en los géneros, creo en el arte y lo hago para mí, por una necesidad. Lo demás es márqueting. Yo he procurado estar ajeno al mercado y a los sometimientos, he sido un revolucionario.

Desde que dio el salto a Madrid, y salvo su regreso de tres años para hacer el servicio militar en Lepanto y ver a su novia, el horizonte empezó a ensancharse para aquel joven trotamundos. Ya casado y con tres hijos, dio en principio solo el salto a París, donde convivió con las vanguardias aunque nunca creyó demasiado en ellas, sino "en lo que te pega el tirón, sea lo que sea". "Al principio fue duro --reconoce--, no sabía nada de francés y tuve que pegar carteles para sobrevivir. Me reunía con artistas españoles, refugiados políticos o voluntarios como yo, e hicimos nuestra Asociación de Artistas Libres Españoles, porque en España esto estaba manipulado por el grupo El Paso, que fue un invento de Franco".

--¿Coincidió en París con los miembros del Equipo 57?

--Sí, estábamos en la misma asociación. Pero no teníamos mucha afinidad artística, aunque sí ideológica. En París estuve doce años, y un día me harté y le dije a mi mujer: "Mariquilla, coge las maletas y a los niños que nos volvemos a Madrid". Compré en la calle Bailén un local con dos sótanos y allí hice una escultura del Quijote impresionante. La vio una dama amiga mía muy bien relacionada y me recomendó para presentar un proyecto para una estatua del Quijote de tamaño colosal que el Gobierno español iba a regalar a los EEUU con motivo de la visita de los Reyes de España. Se lo habían encargado a Dalí, que aunque era un genio estaba loco y presentó un churro en platina que se suponía que era el alma cibernética del Quijote. En fin, que me lo encargaron a mí.

--¿Qué sintió el día que los Reyes de España inauguraron en el Kennedy Center de Washington su estatua del Quijote?

--Me abrió una etapa que me marcó mucho. El día que se inauguró me invitaron a una cena donde había que llevar chaqué y yo dije que no me vestía de cigarrón, que iría sólo si me dejaban llevar mi traje negro y mi camisa de chorreras, y eso fue lo que me puse.

--Y desde allí, a la eternidad, con exposiciones y esculturas emplazadas en algunas de las capitales más importantes del mundo. Y cada vez fue haciendo arte a mayor escala.

--Porque me lo pedían, yo haciendo una pieza pequeñita disfruto lo mismo que con una grande. A mí lo que me gusta es el desconchón, arrancar la epidermis a lo que se ve. Al conocer la escultura de Washington vinieron de Buenos Aires a pedirme otra, y así siguió sonando la campanilla de mi ángel.

Desde entonces el caballero de la triste figura, que preside la entrada al viejo monasterio de Pedrique encaramado a un rimero de libros, ha acompañado los pasos de este otro Quijote soñador que, de vuelta de todo, encontró reposo en el ancho paisaje de Sierra Morena. "De Pedrique no salgo ya más que para ir al médico en taxi".

--¿Cómo es ahora su día a día?

--Me cuido, lo primero que hago es dar gracias a lo divino por el nuevo día y luego me siento al sol bajo la morera. Pero no estoy trabajando. Para eso tengo que estar motivado y ahora me siento vacío por lo de mi hijo (en prisión tras haber matado con una escopeta al dueño de un bar en Torremolinos). Pero esto se pasa, hay que ser positivo. Tengo que acabar una obra impresionante de tauromaquia.