La visita a la exposición temporal del Museo del Prado Tiziano. San Juan Bautista , compuesta por tres obras y que estará abierta hasta el próximo 10 de febrero, invita a una reflexión sobre cómo ha cambiado la forma de divulgar el arte, la historia y la investigación científica.

Y sobre cómo lo está haciendo en los últimos tiempos el Museo del Prado, que añade, a sus colosales colecciones y rica actividad cultural, una vertiente casi detectivesca que genera apasionados debates y visitas multitudinarias, atraídas por el aura novelesca que rodea algunos de los hallazgos expuestos. La pinacoteca vende y llega al gran público con una estrategia que une al rigor científico la atractiva difusión de contenidos surgidos al restaurar lienzos que, a veces, llevan muchos años durmiendo en su trastienda.

La ampliación

El Museo del Prado es noticia con más frecuencia desde su ampliación a cargo del arquitecto Rafael Moneo, que unió el edificio de los Jerónimos a la sede de Villanueva, y que se inauguró hace ya cinco años. La institución experimentó desde esa fecha un impulso a su ya inevitable proyección nacional e internacional, y un crescendo en el número de visitantes. Si en el año 2007, cuando se abrió el edificio anexo, recibía 2,1 millones de visitantes, al cierre del 2012 la cifra alcanza los 2,8 millones, y sube hasta 3,2 millones si se suma la afluencia a sus exposiciones itinerantes. Con ello, la pinacoteca informa de que ya ha conseguido autofinanciarse en un 60%. Pero, además del interés por el nuevo edificio y la decisión tomada de abrir los lunes, otras actuaciones han motivado este aumento de visitas.

'La Gioconda'

El disloque --y el colapso inicial por la avalancha-- se produjo a comienzos del 2012 con la exposición de La Gioconda de Madrid , esa copia de la Mona Lisa de Leonardo da Vinci que se presenta junto a una copia del original del Museo del Louvre, para que el público pueda comparar trazos, paisajes, proporciones... Y hasta las cejas, que están dibujadas en la de El Prado y no existen en la obra maestra de París.

Esta Gioconda madrileña es un óleo sobre tabla, que, según se dedujo tras su estudio y restauración, se ejecutó entre 1503 y 1516 en el estudio de Leonardo, al mismo tiempo que la original del genio y por uno de sus alumnos. La tabla pertenecía a la colección del Museo del Prado, y se restauró antes de enviarla al Louvre a una exposición temporal. Al limpiar, el fondo negro dejó paso a un paisaje similar al del original, y se desató la locura. A partir de ahí, el que lo desee puede sumergirse en una odisea de tesis, debates y recorridos históricos, o bien disfrutar de la leyenda y buscar las diferencias y similitudes entre los cuadros.

Si la Gioconda ha sido el súmmun de este espectáculo artístico --abonado en el imaginarium popular por las descabelladas novelas de Dan Brown y las hermosas aventuras de Arturo Pérez Reverte, entre otros-- no es la única. En diciembre del 2011 se mostró al público por primera vez El vino de la fiesta de San Martín (1565-1568) de Pieter Bruegel el Viejo, adquirida en 2010. La obra, una de las compras más importantes en la historia del museo, también tuvo una puesta en escena impresionante tras su restauración.

Y, retomando el hilo, más modesta en su vertiente de espectáculo, pero de gran interés y también con su puntillo detectivesco, es la historia del San Juan Bautista de Tiziano que se reveló como tal tras su estudio a partir del año 2007. Hasta esa fecha se consideraba una copia, un "anónimo madrileño del siglo XVII". Así catalogada llegó al Museo del Prado en 1872, pero no procedía, como la mayor parte de sus fondos, de la Colección Real, sino del Museo de la Trinidad, que, según la web Anónimo Castellano, era una "entidad creada en el siglo XIX con los fondos procedentes de iglesias y monasterios desamortizados". El Prado la cedió en 1886 a la parroquia del Carmen de Cantoria (Almería), y allí estuvo más de un siglo en un altar sometido al humo de las velas. Ya en el 2003 el jefe del departamento de pintura italiana y francesa del Prado, Miguel Falomir, mostró su sospecha de que pudiera ser de Tiziano, que quedó confirmada tras la restauración de Clara Quintanilla una vez recuperada la obra. Las investigaciones hacen pensar que su primer propietario fue el cuarto duque de Villahermosa, Martín de Gurrea, de Zaragoza.

Así trabajaba

Una vez restaurada, se fechó en torno al año 1550 y se atribuyó al artista veneciano, que, según explica el museo, tenía la costumbre de ejecutar una copia con cada original, copia que luego le servía, con los correspondientes retoques y cambios, para hacer un nuevo original del que también conservaba copia. Las actuales radiografías permiten ver la composición de la que parten. Y eso se muestra en esta exposición temporal, que reúne el Bautista de El Prado con otro posterior (1565-70) que se conserva en El Escorial (y que se basa en el del Prado) y con uno anterior (1530-32) procedente de la Accademia de Venecia. Los tres están relacionados y proporcionan el ejemplo más dilatado en el tiempo de cómo trabajaba Tiziano.