Mientras veía la última película de Cesc Gay no dejaba de pensar en lo fácil que podría ser su adaptación teatral, posiblemente por estar construida a base de secuencias donde dos actores dialogan, o monologan en alguna ocasión. Un guión correctamente escrito según marcan los cánones dramatúrgicos (cada uno de los cortos que lo componen no están exentos de interés, con sus tres segmentos correspondientes: presentación, nudo y desenlace; sus giros dramáticos, los efectos sorpresa, etcétera), actuaciones de primera y auténticos duelos interpretativos --Leonardo Sbaraglia frente a Eduard Fernández o quién consuela a quién; Ricardo Darín frente a Luis Tosar o entre cuernos anda el juego; Eduardo Noriega frente a Candela Peña o donde las dan las toman; o Alberto San Juan frente a Leonor Watling o conversando en el coche de la mujer de mi amigo sobre un libro de Alejandro Jodorowski--, además del hecho de que cada pareja de personajes diga su texto, reflexione, discuta o, sencillamente, hablen de amor y de la relación a la que están encadenados, en un mismo espacio como si fuesen las tablas de un teatro puede que influya en que esta comedia coral tome verdadero cuerpo dramático cuando se ve en su formato cinematográfico.

'Una pistola en cada mano', además del título del film, es cómo una de las mujeres del reparto ve a los hombres en general, hombres en crisis permanente: desorientados y perdidos, con ese complejo que les impide crecer y con un exacerbado individualismo que los convierte a determinada edad en los seres más egocéntricos del universo. Y así, aunque al final el asunto acabe en forma de fiesta y todos en plano, antes asistimos a engaños, rupturas, reconciliaciones, reproches, venganzas, frustraciones, falsas apariencias en este conjunto de microhistorias donde los hombres están entre lo cómico y lo patético.