El papa Julio II inauguró la Capilla Sixtina el Día de Todos los Santos de 1512 con una misa solemne. El día antes, un escultor metido a pintor conocido como Miguel Angel había dado los últimos retoques al fresco de la bóveda. Seguramente, ni el uno ni el otro imaginaron entonces que cinco siglos después la obra de arte se convertiría en una de las más alabadas en el mundo por los académicos y por el público general. Los primeros la consideran un momento cumbre en la historia de la pintura, y cinco millones de visitantes desfilan cada año debajo de ella. Cifra que convierte la bóveda en la que Buonarroti estampó nueve escenas del Génesis en una de las obras más mediáticas. Solo La Gioconda de Leonardo, con casi nueve millones de visitas al año, y los mármoles del Partenón, que suman seis millones de espectadores, superan en visitas a la Capilla Sixtina.

¿Significa esto que la bóveda que pintó Miguel Angel es la obra magna de la historia del arte? "Cinco siglos después de su ejecución sigue siendo una obra indiscutible. Es eterna. El tiempo no pasa para ella y a muy pocas obras les ocurre algo así, quizá solo a piezas de la antigüedad clásica como la Victoria de Samotracia o los mármoles de Fidias", explica Artur Ramon, galerista e historiador del arte. De lo que no hay duda es de que "está entre las diez mejores", a juicio de Joan Yeguas, experto en renacimiento y barroco del Museo Nacional de Arte de Cataluña. Y de que es la mejor de su periodo: "Se trata de una época con grandes pintores y pinturas, pero si solo pudiéramos quedarnos con una, quizá debería de ser esta", reflexiona Joaquim Garriga, doctor en Historia del Arte.

Muchos parabienes para una obra que estuvo a punto de no realizarse y muchos logros pictóricos para un artista que se consideraba escultor. Miguel Angel no tenía reparos en afirmar que la pintura al óleo solo era buena "para las mujeres o para los vagos" ni inconveniente en escribir: "La pintura me parece mejor en tanto se parece a la escultura y la escultura me parece peor en la medida que se acerca a la pintura". Así, no es de extrañar que se resistiera tanto como pudo a acometer dicho proyecto. Y que al final lo emprendiera en contra de su voluntad. "Esta no es mi profesión" y "pierdo el tiempo sin resultado alguno. Que Dios me ayude", plasmó en algunas cartas.

UN ENCARGO DEL PAPA JULIO II "La manera de pintar de Miguel Angel influyó en los pintores siguientes. Sin Capilla Sixtina no habría habido ni manierismo ni barroco", afirma Yeguas. "La pintura de Miguel Angel tiene fuerza, dinamismo y expresión --continúa--, que consigue con el movimiento, el gesto, los escorzos y la musculatura de sus figuras. Una rotundidad que bebe de la estatuaria antigua, del torso de Belvedere y del Laocoonte". Para Garriga la faceta de escultor de Miguel Angel también es esencial en el ciclo pictórico de la bóveda: "Tiene perspectiva de escultor en el sentido que resuelve la narración a partir de las figuras. El escenario en cada secuencia es casi inexistente". Aunque, apunta, "también está presente el Miguel Angel más pintor: el tratamiento del color es extraordinario. Los juegos cromáticos y las pinceladas muy sumarias, sintéticas, son un trabajo de un pintor--pintor, no de un pintor--escultor". Al final todo se resume en su genialidad: "Fue un modelo con mucha influencia en las generaciones posteriores", concluye Garriga.

Por qué encargó Julio II pintar la bóveda a Miguel Angel y no a Rafael, por entonces el pintor oficial del Vaticano, es un misterio. En esa época el artista de Caprese ya había ejecutado las esculturas del David y La Piedad , pero no había realizado ninguna pintura importante y desconocía la técnica del fresco. Aunque el porqué es lo de menos si se observan las casi 300 figuras que ocupan los mil metros cuadrados de techo que Miguel Angel pintó en solitario y en cuatro años. "Un ciclo narrativo muy potente que deja en penumbra las pinturas de Ghirlandaio, Botticelli, Perugino y Cosimo Rosselli que hay en las paredes de la Capilla Sixtina". Ahí es nada.