Quien se haya enamorado alguna vez perdidamente podrá entender a esta mujer que protagoniza la última película de Terence Davies, un director poco prolífico que se caracteriza por su buen gusto a la hora de componer las partituras emocionales que son sus obras cinematográficas desde aquella 'Voces distantes' que tan buen recuerdo dejara en el público más exigente hace tantos años, allá por 1988. Rachel Weisz ha construido quizás el mejor personaje hasta ahora en su carrera interpretativa, gracias a la representación del dolor contenido y la fragilidad en la búsqueda del amor no correspondido cuando se halla entre la espada y la pared (ésta podría ser una de las traducciones del título) a la hora de decidir qué hacer con su vida, paseando por un hilo, intentando mantener el equilibrio, en un momento en que se deja arrastrar por una pasión loca hacia un joven ex piloto de la RAF (la acción se sitúa en la Inglaterra de posguerra, hacia 1950), abandonando a su marido, un reputado y aburrido juez que representa la estabilidad.

'The deep blue sea' está basada en una dramaturgia de Terence Rattigan, sin embargo, Davies consigue, mediante exquisitos movimientos de cámara y coreografiando cada plano --bellísimos y medidos trávellings consiguen hipnotizar al espectador y sacarlo del aquí y ahora para introducirlo y no dejarlo escapar de este doloroso drama-- con asombrosa lentitud y con un tempo justo en función del relato, huir de lo teatral, aunque ahí permanecen esos inteligentes diálogos que son pieza fundamental en esta obra, también sostenida por una muy adecuada orquestación musical de Samuel Barber y la sensible fotografía de Florian Hoffmeister, ayudado por la intachable ambientación que roza la perfección en este film de época. El triángulo formado por Rachel Weisz, Tom Hiddleston y Simon Russell Beale sencillamente es perfecto para entender la atormentada situación que viven en la ficción.