Según un estudio reciente, cuatro de cada cinco personas aseguran haber visto películas que nunca vieron, y El padrino es la que la mayoría de ellas mencionan más a menudo. Tiene sentido. El padrino es una de las pocas obras fílmicas genuinamente imprescindibles de la historia del cine, porque forma parte de la cultura universal como el Guernica o el Empire State, porque figura en los primeros puestos de los rankings más fiables y porque, en realidad, cualquier interesado en la cultura popular está familiarizado con la mandíbula de bulldog de Vito Corleone, la partitura de Nino Rota, la imagen de una cabeza de caballo en la cama de un mafioso o frases como "le haré una oferta que no podrá rechazar". Estrenada comercialmente en Estados Unidos hace ahora 40 años --una semana antes se presentó en Nueva York--, El padrino es una tragedia épica shakespeariana sobre el capitalismo, la familia, el crimen, el poder, el honor, la corrupción y la justicia en América, que convirtió en leyenda a su director, Francis Ford Coppola, revitalizó la carrera de Marlon Brando --y lanzó las de Al Pacino, Robert Duvall y Diane Keaton, entre otros. Obtuvo tres Oscar: mejor película, mejor guión adaptado y mejor actor para Brando, que rechazó la estatuilla, y se convirtió en la película más taquillera de todos los tiempos --132 millones de espectadores la vieron en dos años--. Asimismo, recibió el aplauso casi unánime de la crítica. "Una de las crónicas más brutales y conmovedoras de la vida en América creadas jamás", la definió The New York Times .

En todo caso, El padrino llegó a ser una obra maestra por accidente. En primer lugar, por sus condicionantes de partida: los estudios Paramount la concibieron como una película de bajo presupuesto, la novela en la que se basa no es precisamente literatura brillante --su autor, Mario Puzo, la escribió para pagar sus deudas de juego-- y su director, carente de experiencia, solo fue escogido porque el productor Robert Evans quería a un italoamericano tras la cámara.

Pero, sobre todo, porque su rodaje fue un infierno. Coppola estuvo a punto de ser despedido en varias ocasiones, y son legendarias sus luchas con Evans por el enfoque de la historia y las elecciones de casting --en su célebre y polémico libro Moteros tranquilos, toros salvajes , Peter Biskind las recuerda con detalle--. Por fortuna, el director acabó imponiendo su criterio: ¿sería hoy El Padrino lo mismo si al Don no lo hubiera encarnado Brando sino Ernest Borgnine, como pretendía el estudio? ¿O si a su hijo Michael Corleone, verdadero protagonista de la saga, no le hubiera dado vida Al Pacino sino Robert Redford o Ryan O' Neaill? Los problemas no acabaron ahí. Cuando se corrió la voz de que Paramount estaba rodando una película sobre la Mafia, en el estudio empezaron a recibir a diario amenazas de bomba y llamadas anónimas. Una noche, estando con su mujer Ali McGraw y su hijo Joshua, Evans cogió el teléfono y escuchó: "No queremos partir tu bonita cara ni hacerle daño a tu pequeño. No ruedes una película sobre la Familia aquí, ¿capito?". Obligados a negociar con los capos del crimen neoyorquino --se comprometieron a no pronunciar la palabra Mafia--, los productores lograron finalmente normalizar la relación. De hecho, entre unos y otros se cimentó una extraña camaradería y varios miembros de la Cosa Nostra acabaron apareciendo en la película.