Sucede a veces, no siempre ni a menudo pero sucede. Estás de viaje paseando por el Trastevere romano y reconoces las calles y el ambiente. ¡No es posible, no había estado antes en Italia! No importa, con haber pateado el barrio de la Viña gaditano es suficiente. Te pierdes entre las pocas callejuelas que quedan en pie del Shepherd Market londinense y, si es de noche, temes por tu vida de inmediato. No pierdas la cabeza y deja de pensar en Jack. ¡No tienes remedio! Lo cierto es que unas veces son los viajes y las ciudades las que te empujan a mezclar recuerdos y realidades y otras son la lectura y tu imaginación las responsables del desvarío. Una fantasía que te lleva de Roma a Cádiz (ida y vuelta), aunque también viajas en el tiempo, desde el Londres del siglo XXI a la ciudad neblinosa de finales del XIX. Comento todo esto -a sabiendas de que a partir de ahora se me va a mirar de otro modo- porque hace unos días he vuelto a viajar. Esta vez ha sido sin salir de aquí, en plenas fiestas de Pascua y la verdad es que resultó una experiencia inolvidable, además de gratuita. Y esto último, como estamos, es un valor añadido. Les cuento: no era aún noche cerrada, paseaba por el entorno de la Ribera y la humedad podía masticarse. Emboco para cruzar el río por el Puente Romano y me topo con una luminaria inesperada, cónica y con motivos navideños situada junto al edificio proyectado por Juan Cuenca.

Abordo la pasarela para iniciar la subida al puente y muy pocas personas, en su mayoría turistas, me acompañan en el paseo. La niebla, la luz a ras de suelo y los comentarios en otros idiomas me sugieren que estoy en otra ciudad. Quizá sea europea, no puedo asegurarlo, pero se trata de una ciudad histórica. Una ciudad distinguida -con un rico bagaje- y funcional. Busco más detalles para localizar donde estoy y al volverme descubro un escenario fantástico. Un refulgente tapiz dorado sirve de fondo a una composición que parece salida de la mano de Giorgio de Chirico: una plaza casi desierta, con un arco clásico en primer término y un bello prisma y un cono iluminado que emergen desde atrás. Gracias, Juan, por regalarnos esta navidad metafísica.