En Cuba se le considera un maestro. Aquí, en cambio, apenas se le conoce. José Luis Jiménez Calvo, Molano (Belalcázar, 1950), lleva toda su vida dedicado a la pintura. Empezó a los 13 años a trabajar en una galería de Madrid y a los 23 creó la suya propia en el centro de la capital (Espalter, calle Marqués de Cubas, junto al Museo Thyssen). Mientras, pintaba cuando se lo pedía el cuerpo. Gestor cultural y representante de pintores como Guayasamín y del propio Museo de Bellas Artes de La Habana, viajó a la capital de Cuba en el año 2000 y se quedó prendado de ella. "Envenenadito", asegura. Dejó la galería y se dedicó a pintarla. Le atrajeron sobre todo la luz, la decadencia y la plasticidad de sus viejos edificios. "Empecé a recorrer La Habana, la auténtica, donde nadie mira, lo que se va desvaneciendo como un terrón de azúcar-", rememora. Desde entonces le ha dedicado más de cien pinturas. Al pastel. Una técnica que empezó a usar debido a un accidente y que, por su textura, ha acabado gustándole más que el óleo.

Ahora, hasta el 31 de agosto, expone en el Ayuntamiento de Belalcázar 20 de los últimos cuadros de la serie, denominada genéricamente Donde habita la luz , pintados durante los dos últimos años. Señala que su objetivo es "denunciar la decadencia y al mismo tiempo señalar un esplendor pasado", a través de unas pinturas luminosas y coloristas. Unas pinturas que, paradójicamente, para los cubanos, no retratan el declive de su régimen, sino el fruto del aislamiento al que los americanos tienen sometida la isla. Y es que el arte admite todo tipo de interpretaciones.