Autor y dirección: Alfredo Sanzol.

Intérpretes: Paco Déniz, Elena González, Natalia Hernández, Juan Antonio Lumbreras y Pablo Vázquez.

Producción: Centro Dramático Nacional.

Tal como recuerda su autor, Alfredo Sanzol, en el programa de mano, Días estupendos trata sobre esta época del año esperada por muchos y denostada por otros: el verano, con todas sus implicaciones vacacionales. No va sobre un verano, sino sobre la memoria que los veranos en general puedan despertar en nosotros.

Distintos tipos de gente gozan de diferentes vacaciones y cuentan sus historias rodeados de una escenografía potente que produce en el espectador la sensación de encontrarse en medio del campo, cerca o no de la playa, pero esto es lo de menos. Arboles corpóreos rodean un claro en el que van a desarrollar las escenas, mientras el foro muestra una gran fotografía de un valle que bien pudiera ser de nuestra sierra. La escenografía sorprende por su realismo, pero no olvidemos que el Centro Dramático Nacional tiene medios para ello.

Actores y actrices desarrollan bien su labor en base a una interpretación sobria de unos textos que en pocas ocasiones dicen algo; son historias tratadas en base de humor, casi monólogos encadenados, que arrancan al espectador una sonrisa y a veces risas amplias al retratar situaciones de los años setenta conocidas por todos. Historias con personajes estereotipados que hacen pasar al público un rato divertido lejos de preocupaciones. En esto acierta la obra. El teatro también está para eso, para ofrecer un rato amable y divertido.

Los personajes que desfilan ante el espectador cubren un amplio espectro. Desde el joven poseído por ese furor erótico que despertaban los bikinis pequeñísimos, las chicas que los lucían desinhibidas, la pareja de nudistas franceses sorprendidos por el guardia civil, el turista erótico rural que en un momento calma sus deseos de sexo en un "aquí te pillo, aquí te mato" por una módica cantidad, para terminar con una casi escatológica y absurda situación en la que ese que ya no puede más libera sus impulsos sexuales con un melón. En definitiva, nada profundo, pero que hizo pasar a la media entrada del Gran Teatro ese rato divertido que a veces echamos de menos.