Ha muerto Elizabeth Taylor. La noticia me ha sorprendido, como cada vez que muere alguna de las pocas grandes estrellas que aún quedan. Tengo el sentimiento de que son inmortales y de que siempre estarán ahí. Y cuando salta la noticia de que una de ellas ha muerto es como si me dijeran que ha muerto la Torre Eiffel o el Empire State, porque, para la mayoría de nosotros, no se muere una persona, muere un símbolo, un mito.

Con esta intención, la de observar un mito, volví a ver ´La gata sobre el tejado de zinc´ la primavera pasada, poco antes de empezar los ensayos para el espectáculo que reinauguraría el Lliure de Gràcia en septiembre. Sabía que poco o nada me podría inspirar la aclamada interpretación de Liz por diversos motivos. Nosotros íbamos a hacer teatro, no cine. Yo no tengo ni la edad ni la belleza de la Taylor cuando rodó la película y, sobre todo, porque sabía con toda seguridad que la propuesta de Alex Rigola no tendría nada que ver con la de Richard Brooks, director de la película. Aún así, no pude resistir la tentación de volver a mirar a aquella Gata que me resultaba tan lejana en el recuerdo y que tanto me había impactado la primera vez que la vi, hace un montón de años. Volví a quedar impresionada por la belleza de esta mujer en la pantalla, envidié la grandeza del primer plano en el cine, donde con sus ojos de color indefinible puede todavía hoy, que ya no está, transmitir más en un segundo que yo con todo un monólogo, y Maggie tiene unos cuantos monólogos. De alguna manera, pienso en ello a toro pasado, sustituimos la fuerza de la mirada del primer plano por la distancia entre los personajes, por no mirarnos y por los silencios. Nuestra Gata se basa en la incomunicación entre las personas, incluso tenemos un cartel luminoso con las siguientes palabras en inglés: "¿Por qué es tan difícil hablar?", presidiendo el escenario. ¿Los silencios pueden comunicar en el teatro tanto como los ojos de la Taylor en la pantalla? Lo dudo, pero lo seguimos intentando cada noche. De la imposibilidad de parecido entre su Gata y la mía ha quedado en común la esencia del personaje de Maggie. Aquello que pervive a pesar de las enormes diferencias entre las dos versiones es el hilo que nadie puede romper cuando un texto tiene la potencia del que escribió Tennessee Williams.

Todavía hoy, más de 50 años después del rodaje del film, no hay entrevista en la que no me pregunten alguna cosa sobre la versión cinematográfica, si he vuelto a ver la película para preparar los ensayos, si me he inspirado en Elizabeth Taylor, en qué se parecen las dos versiones, incluso una espectadora con ánimo de felicitarme me dijo un día al acabar la función: "No eres Elizabeth Taylor, pero muy bien, ¡eh!, muy bien". El personaje de Maggie va ligado al nombre de Elisabeth Taylor y así será para siempre.